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17 de agosto de 2010

H2O (basado en hechos reales)


Eran entre las diez y las once de la noche. No lo sé con precisión pues nunca voy con reloj –y mucho menos cuando estoy de vacaciones–, pero sé que el intervalo es el correcto porque salí de casa hacia las diez y mucho más tarde un reloj me sorprendió dando las once. Pero da igual, no creo que sea tan importante la hora. La cosa está en que era el comienzo de una noche de agosto, que yo estaba de vacaciones en una ciudad completamente extraña del caluroso sur del país y que, inexplicablemente, de pronto una terrible tormenta que arrastraba consigo la pertinente lluvia, los sorprendentes relámpagos y los estruendosos truenos, si se me permite la redundancia.

No sabía qué hacer. Yo había viajado a aquella ciudad esperando encontrarme calor, gente sofocada y lamentando tener que trabajar y no poder ir de vacaciones a algún lugar fresco como del que yo venía.
Yo creo que hago estas cosas precisamente porque cuando me harto del calor sé que puedo hacer las maletas y coger el primer tren, avión o lo que sea y volver a mi cómoda y fresca casa. Incluso puedo beneficiarme de las bondades de uno de mis vecinos y pedirle que me deje una cerveza y una jarra enfriándose en el congelador el tiempo suficiente para que cuando llegue estén en la temperatura exacta. Cosa que, por cierto, después de lo de esta noche, pienso hacer mañana.
No quiero irme del tema.

La lluvia torrencial comenzó a caer sobre mí, tan inesperada y helada como mal bienvenida. Mi vestimenta, desde luego, no preveía la lluvia. Yo tampoco, así que corrí. Corrí como si de napalm se tratara, intentando guarescerme, pero ningún portal había que pudiera darme socorro. Ningún saliente de ningún edificio quería darme cobijo. Y tuve que seguir corriendo.

Al fin vi una puerta cuyo grueso dintel de piedra parecía adecuado para esperar bajo él a que escampara, así que allí me coloqué. No sé el tiempo que estuve allí –si antes estuviste atento recordarás que no tenía reloj– pero ahora sé que aquella lluvia que miraba con admiración y enfado era mejor que lo que me venía encima. Nunca mejor dicho, por cierto.

La puerta que se encontraba detrás de mí se abrió de pronto, haciendo que un chorro de aire helado –inexplicable en esta ciudad y estas fechas– se colara en la casa a través de mí. Me giré y me encontré a una gruesa (¿el superlativo sería “grosísima”?) anciana que me miraba con los brazos en jarras, interrogante. Le pedí disculpas y le expliqué, por si no era demasiado obvio el por qué me encontraba allí. Me invitó a pasar y me negué. No estoy acostumbrado a la supuesta amabilidad de los sureños. Sé que por aquí prima la hipocresía y ese buen rollito que dicen tener no es tanto por la natural amabilidad como por la obligada vida social que da un clima que te permite salir a la calle durante gran parte del año. De todos modos, el problema es que además de hipócritas, son maleducados. En este caso, la anciana desoyó completamente mi negativa –e incluso mi invitación a marcharme en caso de que la molestara– y me agarró del brazo obligándome a entrar.

Lo reconozco, sentí miedo.

Una vez dentro de la casa me dio toallas limpias, de un color verde pistacho y con mucho olor a suavizante, y me invitó a darme una ducha de agua caliente. Yo estaba algo más tranquilo, pues mientras ella revolvía un armario buscando las toallas yo me había dado un discreto paseo para estudiar el sitio. No encontré nada inusual: La televisión encendida y a un volumen tremendo, un ventilador que desahogaba la terrible humedad que se había apoderado de esa casa, una mesa camilla sin hornillo, un sofá estampado de forma horrible y demás horteradas, como el muñeco de una mujer vestida de gitana encima del televisor, que uno espera, aunque raye en el tópico, encontrar en la casa de una señora que vive sola y, probablemente, cuyos numerosos hijos prefieren mantener alejada. Preví también por esto último que era una persona muy acostumbrada a sacar a las personas de problemas, costumbre que mantenía y ejercitaba siempre que le era posible, por supuesto. En este caso, yo se lo había servido en bandeja.

Me duché y agradecí la ducha caliente con todo mi corazón. El agua fría de lluvia parecía habérseme colado hasta el tuétano de los huesos y ahora era sustituida por la agradable sensación de calor. Cuando salí de la ducha me envolví en la toalla y salí a la habitación contigua, un reducto enano con una cama que parecía ser la habitación de invitados o algo así. Tal vez la antigua habitación del último hijo que salió de aquella casa.

Encontré sobre la cama ropa doblada y seca, que despedía el mismo olor a suavizante que la toalla, y empecé a vestirme. Fue entonces cuando escuché los once toques de un reloj en el pasillo.

La ropa en un principio me hizo sentirme ridículo. Se trataba de un pantalón amarillo de algodón y una camiseta blanca con letras azules del mismo material. Para colmo me estaban pequeñas las dos prendas. Me miré en el espejo del cuarto de baño para ver mi aspecto y fue cuando leí las letras de la camiseta: H2O. De la sensación de ridículo pasé a sentirme parte de un chiste que no entendía.

Mis zapatos estaban empapados, así que salí descalzo al pasillo. El ruido de la puerta de la habitación debió alertarla de que ya estaba listo, porque justo en el momento en que me asomaba ella hacía lo propio desde la puerta de lo que me parecía la cocina. Me invitó a ir donde ella y, una vez allí, sentarme en una silla plegable de madera frente a una mesita también plegable de plástico. El mantel era del mismo color que mis pantalones.

Me ofreció unas salchichas con patatas y huevo que devoré rápidamente. Aquellos huevos, he de reconocerlo, estaban deliciosos. Y cuando terminé me informó de que se iba a la cama. Al principio me sorprendió, pensaba que iba a esperar a que escampara. Pero luego pensé que me había ofrecido de alguna forma la habitación de invitados al dejar que me duchara allí en vez del baño que en ese momento podía ver al final del pasillo. Le pregunté a qué hora se levantaría al día siguiente y me miró con extrañeza. Yo le expliqué que era porque yo me iba a levantar temprano porque tenía cosas que hacer y entonces ella, muy sorprendida, me contestó que yo podía hacer lo que quisiera, pero lo que esperaba de mí era que me marchara en ese mismo momento de su casa. Ella tenía que acostarse, así lo marcaba su horario, y no pensaba hacerlo con un extraño en la casa. Salió entonces de la cocina, dejándome a mí estupefacto y sin moverme, como procesando la información, y volvió al poco con mi ropa mojada en una bolsa.

Le volví a preguntar, para cerciorarme bien, si esperaba que saliera de la casa en ese mismo momento o si podía esperar a que escampara. Me contestó, y atisbé cierta indignación en su voz, que esperaba que me fuera inmediatamente porque ella debía irse a la cama, que ya me había dado una ducha y había cenado, y nada me impedía, siendo joven y fuerte según ella, salir afuera y llegar adonde fuera que residiera. Como única excusa le expliqué que estaba descalzo y ella lo resolvió rápidamente quitándose las zapatillas de andar por casa que llevaba y pasándomelas con un puntapié cada una.

Me estaban pequeñas, lo sabía mucho antes de encajarlas –no hay otra palabra mejor– en mis pies, pero era mejor que ir descalzo. Así pues, me acompañó a la entrada, me invitó con una mano a que saliera y luego cerró la puerta detrás de mí, con la misma brusquedad con la que la había abierto.

Y allí me quedé yo, con ropa que me estaba pequeña y cuya combinación espantosa me hacía parecer un payaso, con unas zapatillas que casi me hacía resbalar por la acera mojada, una bolsa llena de ropa mojada y unas letras azules, bien grandes, en la camiseta que así rezaban bajo la lluvia: H2O.


5 de agosto de 2010

Alimentos transzombiescos



Llegué a casa corriendo. La mutación estaba de nuevo haciéndose con mi organismo y debía tomarme la vacuna cuanto antes. El Gobierno podía decir lo que quisiera, pero estos efectos secundarios de sus alimentos eran un engorro. Para no hablar más, uno tan solo debe fijarse en el estado en que ha quedado mi padre –atado en el cobertizo por su ansia de carne humana– para convencerse de que los ahora llamados alimentos transzombiescos no son tan “inocuos” como pretenden desde El Noticiero en televisión.


Lo peor es que tenemos un estado militarizado y con armas suficientes para explotar el mundo entero pero que niega este fenómeno, pues aceptar que hay zombies en nuestras calles es aceptar que la comida gubernamental no es sana. Al menos han repartido vacunas con el pretexto de que “ayudan en las dificultades digestivas”...


Me inyecté la vacuna y deseé escupir a la fotografía del Líder. Yo no lo voté, como ninguno de los ciudadanos de este país. Llegó por la fuerza y ahora todos debemos tenerlo en la cocina y en la sala de estar. Eso o, créeme, la alternativa sería peor que el actual estado de mi padre.

29 de julio de 2010

Ascensor al Infierno



-Ven, entra.

Yo no quería fiarme. Había algo en aquella vieja que me decía que no me fiara, que corriera escaleras abajo y, sobre todo, que no entrara en aquel ascensor.

-No, gracias. Iré mejor por las escaleras, es más rápido –le mentía y seguro que ella lo sabía. Iba completamente cargado con bolsas de basura y un abrigo que mi madre se había empeñado que llevara “por si hacía frío”.

-Venga, chico, no digas tonterías. Con esas bolsas y ese abrigo que llevas colgando del brazo podría tropezar. Aquí cabemos perfectamente.

-De verdad que no, muchas gracias –era un asco repulsivo, visceral. Como si ese instinto de supervivencia que todos se supone que tenemos me gritara desde lo más íntimo de mi ser que me alejara.

-Entra ya en el ascensor, estamos tardando más en discutir que lo que tardaremos en bajar –me espetó.

Y ocurrió entonces algo espantoso. Agarró mi brazo con su mano huesuda y me arrastró, con una fuerza que no comprendía, hacia su cadavérico cuerpo, su olor a muerte y sus desdentadas encías. Me voy al Infierno, pensé lleno de pavor. Y casi. Pero no era un Infierno lleno de llamas, demonios y almas en pena. No. Era un Infierno de silencio incómodo y hedor a gases intestinales de una octogenaria.

21 de julio de 2010

La noche lo sabía



Calló la noche. Si, efectivamente, después de milenios de incesante charla la noche terminó por callarse, tal vez aburrida porque nadie la escuchaba. No era como aquella falsa música de los planetas, nadie notó el silencio que la noche nos legó, así de ignorada era.

¿Recuerdan aquello del árbol? Si, si hace ruido un árbol al caer en mitad de un claro en el cual no hay ningún espectador. Como si fuéramos el centro del universo, como si importáramos algo. ¿Realmente alguien se plantea en serio esas gilipolleces? La noche no. La noche sabía que cuando callara nadie iba a notarlo, pero no se calló por eso. No. La noche se calló por aburrimiento, porque quería saber lo que pasaba. No pasó nada, era lo previsible, pero dicen que por probar nada se pierde. No sé lo que sintió la noche al escuchar el silencio, no le he preguntado. No, no me juzgues, probablemente tú tampoco lo has hecho. Nadie pregunta hoy día nada, lo damos todo por sentado y así cometemos los mayores errores; por eso las parejas rompen, los camareros se equivocan y los políticos siguen en el poder.

Una vez me dijeron que las unicausas son siempre falsas. Aprecio a quien me lo dijo, pero creo que aquí se equivoca. El problema de la sociedad contemporánea es que nadie escucha. Ni más ni menos. La noche lo sabía.

Posiblemente, aunque me estés leyendo, no me estés escuchando. Hemos perdido la capacidad de atender a los demás.

La noche lo sabía, pero nadie le preguntó.


***


A quien le interese:


Disculpen por la tardanza en la publicación, pero me ha sido imposible la conexión a Internet durante este tiempo. Ahora que la he recuperado recuperaré conjuntamente la publicación cada día impar.


Además, decir que he agregado la opción de calificar los textos. Agradecería que, ya que está ahí, la usen. No sean rácanos, es solo un clic.


***

1 de julio de 2010

Turno de limpieza



¡Dejadme! ¡Solo quiero estar sola!

Cerró la puerta violentamente y escuchamos cómo se tiraba con más estrépito aún sobre la cama. Nosotros no abrimos la puerta, la dejamos tranquila hasta que se le pasara. No, no escuchamos nada más. No, no nos preocupamos. Quería tranquilidad y nosotros se la dimos. Poco después llegaron las vacaciones y tuvimos que irnos, no nos extrañó no verla hasta entonces. Estaba enfadada con nosotros por haberla saltado en el turno de la lavadora y pensábamos que nos evitaba. Así es, como le dije no volvimos más a este piso porque encontramos otro mejor. No, tampoco nos extrañó que no nos devolviera las llamadas, simplemente pensamos que había cambiado de número. Siempre fue rarita, ya me entiende.

No sé a qué viene tanta pregunta, creo que está claro: Al tirarse encima de la cama se abrió la cabeza y murió allí mismo. Nosotros no podíamos saber nada y nos parece impensable que ahora, cuatro años después de aquello, nos hagan perder el tiempo por una compañera de piso de cuando éramos estudiantes. Una compañera que, por lo demás, no nos saltamos en el turno de la lavadora. Tal vez debió mirar el calendario de la semana.

23 de junio de 2010

Consejos para la vida moderna


Allí estábamos ella, mi esposa, y yo. Tragué saliva para evitar que una carcajada de gozo explotara en mi garganta y saqué el bulto que guardábamos en el maletero de la furgoneta. Un consejo: si alguna vez vais a matar a alguien, aseguraos de disponer de una furgoneta. Sin asientos atrás, claro. La tarea se simplifica mucho cuando puedes matar a tu víctima en el mismo lugar donde vas a transportarla. Yo sufro de la espalda y mi mujer dice que no va a cargar con nada para mantenerla sana (me refiero a la espalda). Imagino que me entendéis.

Lo dicho, bulto fuera a apenas tres pasos del lugar donde vamos a enterrarla. Sí, es un ella, siento no poder daros su nombre, pero nunca la conocí. Aunque a cambio os regalo otro consejo de experto: el día elegido ha de ser uno de lluvia, o algunos días después de una buena lluvia –a lo sumo dos-. Esto reblandece el suelo y permite cavar mejor. Uno tiene que velar por su espalda.

Ana María, así se llama mi mujer, me ayudó con el hoyo, no creáis que ella solo se dedica a mirar. Es más, de no ser por ella yo no podría hacer estas cosas. No, no es porque la furgoneta sea suya, sino porque me ayuda en la elaboración del plan y a atraer a la víctima. ¡Ja! ¿Qué os creíais, que era simplemente tener una furgoneta? Antes tienes que meter a la persona, aún viva y por su propio pie, en una furgoneta, otorgándole además un ambiente tranquilo para que no se altere antes de lo necesario. O lo que es lo mismo, para que no se ponga a gritar donde puedan escucharla.

No os voy a contar nuestra táctica. Nos ha costado años y muertes perfeccionarla como para que ahora vengáis vosotros, aprendices, y la mal plagiéis. Os doy la forma, pero el contenido lo ponéis vosotros.

El cuerpo ya está en el hoyo y yo le echo la primera palada de tierra. Después de verla morir esto es lo que más me gusta. Me da la seguridad de que, si algo he hecho mal y sigue viva, nadie va a enterarse gracias a dos metros y medio de arena. Al terminar siempre esparcimos hojas mojadas por la zona. Aunque no es estrictamente necesario siempre queda bien un toque artístico, te hace sentir más humano.

Sé que algunos, cuando terminan, se van corriendo y se esconden en sus casas. Nosotros no lo hacemos. Preferimos tomarnos allí mismo, ya sea dentro de la furgoneta cuando llueve, ya sea encima de la tumba aún blanda, alguna copa. Generalmente yo tomo un wisky, ella es más de ginebra. Supongo que para gustos los colores, como suele decirse. Eso sí, hay que tomarse la copa despacio, es la única condición en caso de hacerlo. Disfruta del momento, mañana tendrás que volver a ese estúpido trabajo que tanto odias y este es tu momento de descanso.

7 de junio de 2010

De vuelta (un regreso inesperado)

¡Tù por aquí!

Así es, pero no sé por qué te sorprendes. Siendo este mi blog sería más creíble encontrarme a mí antes que a cualquier otro (tú, por ejemplo).

Es posible pero, dime, ¿ha pasado algo?

No lo sé, hace tiempo que no me paso por aquí.

A eso me refiero.

Me imagino que entonces ha sido el tiempo.

Muy gracioso.

¿Sabes? Esto me recuerda a los diálogos de Platón. Yo podría ser Sócrates y tú cualquiera. ¿Te gusta el personaje de Polo?

En absoluto. A la segunda vez que Sócrates lo acusa de ser fogoso me pongo nervioso y empiezo a pensar que después del diálogo va a tirárselo.

Curiosa apreciación. Entonces dejemos estas comparativas, aunque me sigue pareciendo gracioso esto de manejar los dos lados de la conversación.

¿A qué te refieres? Ni tan siquiera eres tú el que hace preguntas capciosas a lo Sócrates. Esto no es más que una conversación entre dos amigos que hace tiempo que no se ven.

Una mierda. Eso es tal vez lo que el lector piensa. Para eso está la literatura, ¿no? Crea fantasías haciéndolas pasar por un filtro de realidad para que, así, el que disfruta de la obra pueda identificar su mundo con el que aparece en la novela, otorgándole así una posibilidad de existencia fuera de su imaginación. Pero la verdad es muy distinta.

¿Y cuál es esa verdad, sabelotodo?

Pues que soy yo el que escribe y puedo encauzar esta conversación como me dé la gana. Es más, mientras mantenga una línea argumental racional puedo convencer –a lo Platón- al lector de lo que me dé la gana. Figúrate qué bueno es este sistema del diálogo que ese griego cargante atacaba a los sofistas con sofismas camuflados.

Desarrolla eso.

Por supuesto. Para empezar ponía en la boca de Sócrates –personaje reconocido en Atenas- lo que le daba la gana, consiguiendo así darle autoridad a sus palabras.

Así es.

Y luego hacía eso.

¿El qué?

Eso. A los pobres contertulios ficticios que plantaba a escuchar la peroratas pseudosocráticas asentían cuando al autor le daba la gana.

Efectivamente.

Por otro lado –esto es lo que siempre me ha matado de esos “diálogos”- no dejaba que los demás hablaran. Es más, les pedía a los demás, siempre a través de Sócrates, que fueran breves y no se deshicieran en palabras para no “contaminar”, por así decirlo, la conversación. Y luego él ocupaba páginas de desglose.

El pobre tendría que explicarse.

No, es que a Platón cualquier punto de vista distinto al suyo no le interesaba. Por eso también aprovechaba y, para colmo ya, en sus propios escritos cogía lo que habían dicho sus personajes y tergiversaba lo que “habían querido decir”.

Eso último no lo he entendido muy bien.

Ya, es que me he expresado fatal. Te pondré un ejemplo, pero lo mejor es que te fijes cuando leas cualquiera de sus diálogos. A ver, para explicar bien el ejemplo, explica alguna posición tuya (lo más curioso es que te pido que lo hagas como si no fuera yo el que va a escribirlo poniendo lo que me da la gana).

Sí, eso es una gran ventaja.

¿Por qué?

Porque no solo te permite poner en mi boca cualquier tontería, sino que además ya tendrás la respuesta preparada.

Cierto, pero ¿no es también cierto que cuando dices que eso es una gran ventaja lo que realmente quieres decir es que disfrutarías teniéndola tú también y que, además, matarías a siete perros y un católico para obtener dicha ventaja? (Entiende que esto es una broma absurda para explicar que puedo poner lo que quiera para restarle importancia a cualquier crítica que me hagas y que luego tú aceptarás porque a mí me sale de donde dijimos).

Efectivamente.

¿Ves? No sólo Platón era bueno psicoanalizando.

¿Te puedo hacer una pregunta?

¿Además de esa?

Hoy no estás muy achispado.

Hazme la maldita pregunta,anda.

¿Cuándo se acaba esto?

15 de abril de 2010

... y comieron codornices

Érase una vez, no hace mucho tiempo, una pareja de jóvenes amantes que vivía en una modesta casita, herencia del padre de él, a las afueras de un pequeño pero hermoso pueblo. Él era leñador, ella criaba codornices.

Por su profesión debía el leñador levantarse cada día muy temprano para aprovechar el fresco y luz que la mañana ofrecía, pues ya pasado el mediodía no era nada aconsejable trabajar bajo el fortísimo calor. Pero antes de salir tenía que recoger la casa. Como si de una maldición se tratara debía ordenar todos y cada uno de los objetos que en la casita había, desde el costurero hasta el armario que les servía de alacena en la cocina, así como todos los objetos que guardaba en su interior. Estaba todo, absolutamente todo, fuera de sitio. Además, debía hacerlo con mucho cuidado para no despertar a su amada, que dormía siempre profundamente hasta bien avanzada la mañana.

Un buen día vio el leñador  que ya no soportaba más la situación y, cuando llegó a la hora de comer a casa, miró a su esposa y le dijo que tenían que hablar, a lo cual ella contestó que estaba de acuerdo.

-Cariño, ya no lo soporto más- le dijo el pobre hombre con mucha tristeza.

-Estoy contigo. Yo tampoco aguanto más- le contestó ella.

El marido, extrañado, no entendía qué falta había podido cometer él, que siempre había cuidado a su mujer con todo el amor del que había sido capaz, como para que le dijera aquello.

-Pues verás- le contestó la granjera­- cada día, cuando despierto, me encuentro con que tú no estás porque has tenido que ir a trabajar, pero también cada mañana cuando me levanto compruebo que has vuelto a ordenar la casa y yo debo, cuando te acuestas después de cenar, volver a desordenarla minuciosamente y en silencio para no despertarte. Así que deberías ir buscando una solución a tu problema porque no lo soporto más.

13 de abril de 2010

Despropósitos literarios

Vladimir era un chico curioso, pero no curioso como podría considerarse a su amigo Sigmund, que no paraba de hacer preguntas y más preguntas. No. Vladirmir era un chico curioso porque buscaba él mismo las respuestas a las preguntas que se hacía.

De este modo fue como comenzó a interesarse por la naturaleza, sintiendo especial fascinación por las mariposas. Solía salir con su amigo John Griffith y todos sus perros al campo para pasar las tardes y, mientras John simulaba ser un pirata, él creaba problemas de ajedrez mientras los perros jugaban libremente.

Un buen día conocieron a un chico que vivía cerca de donde solían jugar, su nombre era Mark Clemens. Vivía en una cabaña al lado del río que pasaba por allí, y les enseñó la canoa que utilizaba para pescar. Al poco llegó un compañero de Clemens, Stend Beyle, que vestía completamente de rojo y negro. Este chico quedó huérfano a la corta edad de siete años y terminó viviendo con Mark Clemens por uno de esos azares de la vida: Mark vagabundeaba por la ciudad y se encontró con Beyle, que pretendía resolver unos sudokus de un periódico que había sido abandonado en una cafetería. Clemens, bromeando, se acercó y le dijo "ahí va un cuatro". Cuando Beyle lo comprobó resultó ser cierto y, creyendo que Mark podría ser un buen profesor en matemáticas, se unió a él abandonando a su aburrido padre y a su queridísimo abuelo.

Una vez los cuatro amigos terminaron de narrarse sus distintas historias vieron que se hacía tarde, especialmente para Vladimir y Griffith que aún vivían con sus padres, así que decidieron que se verían más tranquilamente otro día.

De camino a casa Vladimir, que llevaba pensando salir de su hogar porque temía lo autoritario que su padre se estaba volviendo, habló con Jack Griffith sobre sus planes. Él le contestó que si pensaba marcharse lo mejor era que se llevara a uno de sus perros, por lo que le regaló uno de los mejores que tenía y al que llamaba Blanco.

Vladimir y Blanco siguieron su camino tras despedirse de su compañero e iniciaron un viaje sin regreso que nunca olvidarían. Pero eso es ya otra historia...

31 de marzo de 2010

Capricho

No estoy hecho para esta época apocada
de luces azuladas y música de discoteca,
de emos, canis y todas esas mierdas:
Tenemos fruta transgénica y otras falsas cosechas,
mandamos en guerras sin mando y que no son nuestras
mientras las calles se llenan de escoria callejera.
Porque las rapsodias se volvieron rap
y aún creemos en el mito de la paz.

Trino como un cochino en el matadero
cuando vagabundeo como un reo en su celda,
solo que mi condena es la de ser libre.

¡Quise matarlos!, pero no logré ni ordenarlos
y con el desorden de la humanidad tuve que vivir.
¡Qué atrocidad! Y que algún dios me perdone
pero, de verdad, no puedo seguir siguiendo así.
(Validémoslo aquí).
¡Mándame un rayo Señor y no me toques los cojones!
Pues conquistando corazones no me llega para comer,
y ni comiendo ni catando me logro conmover.
¡Calamitosa calamidad de sinrazones sin beldad!

Seguiré a un nivel ontológico para decir
que los animales del zoológico se pueden confundir
si con tus engaños llegas para tirarles piedras.

Y la hiedra que erró en tu ventana
no me quiere contar los secretos mal guardados
de tu desnudez y tu descaro,
de tu cama y tu palidez.
(Blancura atenta).
Mantendré pues siempre alerta mis sentidos,
preparado para el graznido del cuervo
o, del lobo, el tímido, pero  lobuno, aullido.
No vaya a ser que, al dormirme, te vaya a perder.

Golpeas furiosamente la furia que te inunda,
pero no tienes más que una cuchara
para sobrevivir a tu inundación.

Olvídate ya de esa canción que olvidaste
y que ahora no puedes recordar.
Yo, que no pude recordarte,
con tu fotografía me he de conformar.
(Y meé).
Vacié hace mucho mis cuencas oculares
y mis gafas ya no tienen ojos que corregir,
así, como yo, vagan por el mundo
sin tener objetivos, sin misión.

Sea pues carne de reo lo que condeno
y no dejemos que se vuelva a repetir.
¡Matémosle ahora mismo! ¡Yo lo ordeno!

Y así, aunque yo no quise, me tuve que morir.

21 de febrero de 2010

Dedicada:

¿Quieres provocar un escándalo? ¡Cuenta conmigo! Soy el rey del Caos ¡Crearé un Caos para ti!.


    3 de enero de 2010

    Un poquito de nostalgia

    Para empezar bien el año, nada mejor que los recuerdos de un buen verano:
    (Si, si... Y sin haberlo deseado...)

    En laberíntico paseo por extrañas calles
    que se van manifestando ante mí cada mañana.
    Un susurro rompe el barullo,
    me distrae y contemplo el absurdo
    de un reloj demasiado alto en el que suena una guitarra.

    Camino y me maravillo; vago sin vaguear
    entre cafés, preludio de camerinos.
    Contemplo, ¡por fin!, el vaivén de la noche
    entre disfraces y helados que te hacen feliz.
    Ni paranóico ni maniático, tal vez fui,
    como dijiste, un maniaco encantador.

    Trenzo entre tu pelo alegres historias
    mientras el historiador nos habla de sus amores.
    Y tengo razones para anotar en mis memorias
    que pude ser sustituido por un bicho azul.

    Vuelvo a oir viejas voces en la noche: ¡Dum!
    Es un reloj que marca el tiempo, que ahora vuela.
    ¡Dum!, ¡Dum!, ¡Dum!
    Pero el fresco sigue sin llegar a nuestra ventana.
    ¿Será cosa de la extraña daga que allí yace?
    ¿Será por la rosa de la copa ensangrentada?

    Nunca el agua caliente fue tan peleada.

    Ni la neurosis de un televisor que se precipita,
    ni la precipitación por las escaleras,
    me hará retroceder en mi empresa.
    Cadáver arrojado a la caridad,
    puntos de acceso buscados
    y hallados sin calidad.

    Ceniceros formados por sacapuntas de color
    y demasiado tabaco en el ambiente.
    Quizás hubiera sido mejor
    no partir el coco aquella tarde.

    Estudio, lectura y letras
    que se van escribiendo al comienzo de todo.
    ¿Qué diremos de nosotros mismos
    una vez que los meses hayan proseguido?
    La cadencia de esta música es el lodo
    que me arroja en la indecencia.

    Una chica formal, otra que no lo es tanto.
    Un santo, un pillastre y el mismo Satanás.
    ¿Cómo llamaremos a la que vendrá?
    Jugaremos al ajedrez entre exámenes
    y viajaremos para que uno pierda la fe.

    Tal vez nos faltó demasiado el café.

    26 de octubre de 2009

    Sobre Cielos e Infiernos

    Aquí les dejo un rápido estudio basado en datos proporcionados por la Biblia, al no poder poner el autor, ya que lo escribió como anónimo, os dejo el enlace de la página donde lo encontré: AQUÍ.


    "Para su supina inteligentzia, me gustaría que me aclarase alguina cuestión de corte científico.




    De resultas de la declaración de fe, en la que se afirma que el infierno existe, los datos con los que me manejo no me dejan claro "aonde esta el infierno realmente", porque,la temperatura del Cielo se puede determinar con bastante precisión. Nuestra autoridad es la Biblia, en Isaías 30,26 podemos leer,
    "La luz de la Luna será como la luz del Sol, y la luz del Sol será siete veces mayor, que la luz de siete días...."
    Por tanto, el Cielo recibe de la Luna tanta radiación como la Tierra recibe del Sol, y además siete veces siete (49) veces lo que la Tierra recibe del Sol, o 50 veces en total. La luz que recibimos de la Luna es una diezmilésima parte de la luz que recibimos del Sol, por lo que podemos ignorarla. Con estos datos podemos calcular la temperatura del Cielo. La radiación que recibe el Cielo lo calentará hasta el punto en el que el calor perdido por radiación iguale el calor que recibe. En otras palabras, el Cielo pierde, por radiación, cincuenta veces más calor que la Tierra . Utilizando la ley de Stefan-Boltzman para la radiación
    (C/T)4=50
    donde T es la temperatura absoluta de la Tierra, 300 K (27º C). Esto permite calcular para la temperatura del Cielo, H, un valor de 798 K (525 ºC).
    La temperatura exacta del Infierno no se puede calcular exactamente pero debe ser menor que 444,6 ºC, la temperatura a la que el azufre cambia de líquido a gas. En Apocalipsis 21:8 podemos leer ,
    "...para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre...".
    Un lago de azufre fundido significa que su temperatura debe ser igual o menor que el punto de ebullición, que es 444,6 ºC. (Por encima de ese punto, sería un gas, no un lago)
    Tenemos entonces que, la temperatura del Cielo es 525 ºC y la temperatura del Infierno 445 ºC . Por lo tanto, el Cielo está más caliente que el Infierno.
    ¿Alguien puede explicarselo a su santidad?
    Legend"


    De todos modos, me sigue pareciendo una temperatura muy alta para mantener fría la cerveza en el Infierno.

    6 de octubre de 2009

    Pensamiento libérrimo

    Queridos -y no tanto- lectores:

    Imagino que no lo habrán notado, pero hay un nuevo enlace en mi lista hacia un blog llamado "Pensamiento libérrimo". Bien, este es un blog que acaba de ver la luz pero que lleva meses gestándose. En él escribiremos tanto Elvira como yo, aunque presumimos que la mayoría de entradas, las publique quien las publique, serán escritas "a la limón".

    ¿La intención de esto? Hemos procurado dejar bien claro esto en una cita que recogemos al comienzo de nuestro querido Oscar Wilde, pero para los menos aptos la aclararé ahora: No tenemos ninguna.

    Este blog, como todo lo que puebla el Universo, queremos que sea libre de intención alguna (problemas metalingüísticos aparte) y dejar que, simplemente, se vaya desarrollando.

    Hemos querido hacerlo con gracia, cogiendo cosas de uno y de otro. No podemos decir si va a ser un blog que trate sobre todo temas serios o no. No lo sabemos. Lo que sí aseguramos es que será un espacio muy imbuido en nuestra propia personalidad.

    Espero que mis lectores y los suyos lo disfrutéis. Y si los tenemos compartidos imagino que os gustará saber cómo resulta la mezcla.

    (Reedito para decir que si alguien quiere auténticas verdades universales puede acudir a este sabio )

    27 de septiembre de 2009

    Barbie debe morir

    Porque Nancy O prefiere verla muerta
    Barbie debe morir
    Porque Nancy Reagan vale mas que ella
    Barbie debe morir
    porque esta mas gorda que Nancy Anorexica
    Barbie debe morir
    porque esta mal hecha es demasiado vieja
    Barbie debe morir
    
    porque a mi me da la gana
    porque ken lo quiere asi
    porque se ha vuelto muy rara
    Barbie debe morir(4)
    
    Porque habla mal de Nancy Trabesti
    Barbie debe morir
    insulto a la verdadera Nancy Rubia
    Barbie debe morir
    Porque fue juzgada y condenada
    Barbie debe morir
    porque tiene muy revuelto el carma
    Barbie debe morir
    porque es tan americana
    porque ken sera feliz
    porque es un poco fulana
    Barbie debe morir (x8)
    
    y las Nancys se reiran
    porque Barbie lo va a pasar fatal
    
    Barbie debe morir(x3)
    Barbie muerete ya
    oh oh oh
     
    (Barbie debe morir, Nancys Rubias) 
    

    26 de noviembre de 2008

    Entre el sur y Norteña

    Una vez en mi vida se cruzó

    una verdadera mujer.

    Era del norte, me aseguró,

    mientras de un trago de tequila

    apagaba momentáneamente su sed.


    Unas oscuras gafas de sol

    ocultaban su forma de ser,

    y con su pelo en plena revolución

    quiso que le contase otra vez

    cómo era mi vida en el sur.

    Por supuesto acepté.


    Y le conté que no estaba mi vida allí,

    que esas tierras abandoné

    por ser el sol el rey.

    Y vine a Norteña

    para encontrar mi vida gris.


    Y sé desde que la conocí

    que no sabré olvidar jamás

    el sabor a tequila en mí.

    Ni su forma de mirar y hablar,

    ni su forma de sonreír.


    "Si buscáis la Norteña

    me deberéis de tener,

    pues nadie que con ella sueña

    la ha tenido sin probar mujer."

    Y yo no pude evitar enloquecer.


    Sus uñas se clavaban en mi carne

    como agujas de coser.

    Y sus labios tomaron mi sangre

    como si de ella quisieran beber.

    Bienvenido a Norteña, murmuré.


    Una negra y larga melena

    me quiso atrapar

    junto a su piel morena

    y un tacto frío como la mar.

    Supe que no regresaría jamás.


    Pero cuando desperté

    sólo unos negros cabellos

    junto a mí encontré.

    Y yo, sin un triste consuelo

    en que poderme entretener…


    Y sé que aprendí la lección

    que allí era la ley:

    "Sólo con una canción

    podrás a un mujer conseguir."

    Y esta te escribí.


    Y cuando pase de vuelta

    sé que no estarás,

    pero dejaré esta canción en la puerta

    del que creí tu hogar

    para que siempre me puedas recordar…

    14 de septiembre de 2008

    Los Dandies no hemos desaparecido

    Es agradable para una persona que suele ser "etiquetada" como Dandy, ya sea por su exuberante buen gusto, por su extravagancia o por su idolatría hacia la belleza -la belleza sobre todo estética, hija de Apolo-, encontrarse por la web confesiones como esta:

    "Vivimos tiempos difíciles: el reino de la tristeza, de la uniformidad, de la lobreguez y de la fealdad. Estamos a comienzos de la primera mitad del siglo XXI; los entusiasmos y decepciones de los últimos decenios del siglo pasado son sustituidos por un periodo de ideales modestos pero eficientes, en el que dominan las sólidas virtudes burguesas y un capitalismo aparentemente triunfante. El Dandy, frente a la opresión del mercado y pensamiento único, la ampliación de las metrópolis transitadas por multitudes inmensas y anónimas, el surgimiento de nuevas clases entre cuyas necesidades urgentes no se encuentra sin duda la estética, ofendido por la forma de las nuevas máquinas que exhiben la pura funcionalidad de los nuevos materiales, siente amenazados sus propios ideales, considera enemigas las ideas pseudo-democráticas que se van abriendo paso gradualmente y decide ser "diferente".

    Desde estas líneas propugno una auténtica religión estética y, bajo la vieja pero no caduca consigna del arte por el arte, demostraré la idea de que la belleza es un valor superior que hay que materializar a toda costa. Hay que vivir la vida como una obra de arte. No ser un artista ni un filósofo que reflexiona sobre la belleza y el arte.

    Manifestar el amor a la belleza y a la excepcionalidad en los hábitos y en el vestir. Una elegancia que se identifica con la simplicidad (llevada hasta la extravagancia), unida al gusto por la frase desconcertante y el gesto provocador. Ejemplo sublime de hastío aristocrático y de desprecio por la opinión común, se cuenta que en cierta ocasión lord Brummel cabalgaba con su mayordomo por una colina y, viendo desde lo alto dos lagos, preguntó a su sirviente: "¿Cuál de los dos prefiero?"