26 de noviembre de 2008

Entre el sur y Norteña

Una vez en mi vida se cruzó

una verdadera mujer.

Era del norte, me aseguró,

mientras de un trago de tequila

apagaba momentáneamente su sed.


Unas oscuras gafas de sol

ocultaban su forma de ser,

y con su pelo en plena revolución

quiso que le contase otra vez

cómo era mi vida en el sur.

Por supuesto acepté.


Y le conté que no estaba mi vida allí,

que esas tierras abandoné

por ser el sol el rey.

Y vine a Norteña

para encontrar mi vida gris.


Y sé desde que la conocí

que no sabré olvidar jamás

el sabor a tequila en mí.

Ni su forma de mirar y hablar,

ni su forma de sonreír.


"Si buscáis la Norteña

me deberéis de tener,

pues nadie que con ella sueña

la ha tenido sin probar mujer."

Y yo no pude evitar enloquecer.


Sus uñas se clavaban en mi carne

como agujas de coser.

Y sus labios tomaron mi sangre

como si de ella quisieran beber.

Bienvenido a Norteña, murmuré.


Una negra y larga melena

me quiso atrapar

junto a su piel morena

y un tacto frío como la mar.

Supe que no regresaría jamás.


Pero cuando desperté

sólo unos negros cabellos

junto a mí encontré.

Y yo, sin un triste consuelo

en que poderme entretener…


Y sé que aprendí la lección

que allí era la ley:

"Sólo con una canción

podrás a un mujer conseguir."

Y esta te escribí.


Y cuando pase de vuelta

sé que no estarás,

pero dejaré esta canción en la puerta

del que creí tu hogar

para que siempre me puedas recordar…

21 de noviembre de 2008

Con amor y absurdidad

Esta noche vuelvo a percibir su olor... Corro por la calle intentando huir. Ya no lo soporto más. Como dice aquella canción, quisiera huir del rojo y azul del neón, quisiera correr y saborear algo distinto al amor. Revolcarme en algún barro espiritual y sentirme más vivo, con la conciencia machacándome por haberme equivocado. Quisiera torturarme y así expiar toda mi culpa.
¿Porqué lo hice? Clamo al Cielo, pero me temo que, si hay alguien allí que pueda escucharme, no lo hace en estos momentos.
El rojo siempre fue una obsesión, pero eso no es una excusa. Aquellos labios no estaban teñidos por ningún carmín, y sus ojos eran indiscutiblemente de un color verde hechizante. Lo hice por pura debilidad, y ahora podré arrepentirme de por vida.
En todos lados encuentro su rastro, pequeñas señales que me va dejando mi paranoia para que no pueda olvidarme de ella... Valiente solitario. Apenas una mujer se me acerca, ya he caído en sus garras, y parece que aún no he aprendido la lección que hace años aprendí hondamente.
Si alguna vez te dicen que tienes que aprender a levantarte, desde aquí te pido que no les eches cuenta a esos demonios. Si te caes, alégrate que sea en un foso profundo. Al menos así no tendrás que volver a entrar en el juego. Una vez muerto en tu agujero no tienes porqué ascender al mundo de los vivos, donde los vaivenes pueden volver a tirarte.
La tentación es grande, y muchos habrá que quieran ayudarte a subir, prometiéndote un lugar mejor. Pero recuerda que caemos siempre en las mismas piedras, y volverás a tu agujero en breve. Algunos incluso dicen que eso es bello...
... Pero esos mismos no han sabido nunca disfrutar de su tristeza. No es para todos el poder de contemplar las preciosas cosas que se observan desde allí, la verdadera sensación de estar vivo, la carga de tener que vivir. Algunos dicen que los pesimistas como yo somos unos misántropos, hombres que desean la muerte, que odian el mundo. ¡Y cuánto se equivocan! Amo el mundo, amo a todos aquellos capaces de percibir la sutileza de lo bello -que generalmente porta la máscara de la desgracia-, amo a la Humanidad, capaces de levantar ciudades, incluso por su habilidad por destruirse y, lo que es aún mejor, por sus ganas de dejar de hacerlo, pero, sobre todo, amo la vida. Carga, sí; Traidora, más todavía. Pero no podría vivir sin ella. No es una broma, con ello quiero decir que sin sentirme vivo, no quisiera vivir, y sólo uno se siente vivo cuando esta le supone esfuerzo, cuando debe encontrar desde por la mañana el motivo para levantarse. Cuando actúas por impulso no estás más que obedeciendo a tu ley natural de supervivencia.
Tal vez por eso, aquella noche donde todos mis deseos se vieron satisfechos en su blanca y tersa piel, decidí ceder. Necesitaba experimentar de nuevo una alegría, un sueño satisfecho, para volver a mi cueva a recordarlo con nostalgia.
Extraño, podréis pensar. Pero, ¿de verdad pensáis que me importa?

14 de noviembre de 2008

Cigarros consumidos

El día de ayer no ha sido más que el reflejo de mi sueño. Todo a mi alrededor está nublado, y apenas atino a distinguir los matices de ese estúpido cuadro que cuelga en mi habitación. Pero, ¿a quién le importan los matices? ¡No puedo ni tenerme en pie! La bruma va disipándose, dejando pasar un dolor lacerante que me consume. Caigo al abismo de la desesperación mientras las plumas vienen para recogerme. ¿Caigo yo en ellas o realmente son ellas las que vienen hacia mí?

Siento mis pies desnudos sobre el suelo. El resto de mi cuerpo yergue sobre el colchón. No me levantaré. Oscuras sombras de mi pasado me acechan, esperando el menor movimiento para volver a flagelarme.

Recuerdo a mis amigos, sonriéndome desde el pasado, y temo por lo que ahora les pueda estar ocurriendo. Gloriosos momentos pasamos juntos, y ahora, como yo, estarán consumiéndose bajo el peso de su culpa, a oscuras en una habitación que les rechaza. Sus chistes ya no tienen gracia, sus actos ahora se me antojan patéticos. No debimos reírnos de aquella forma de nuestra suerte, no debimos haber jugado a aquel juego atroz. Todo tiene su límite, y nosotros nos decidimos a sobrepasarlo.

Comienzo a percibir las cosas que me rodean, pero sólo hay un sentido que aún se mantiene intacto, y es el olfato. Este me trae fétidos olores de lo que parece ser mi cena de anoche. Intento volverme para evitar el olor, pero apenas lo hago un latigazo sacude mi cuerpo. ¡Está bien! ¡No me torturéis más, no volveré a moverme!

Un cigarro apagado no significa más que tiempo consumido. Un tiempo que no se preocupa más de nosotros que nosotros mismo de esa colilla. Y sé que mi habitación, llena de esas oscuras sombras, está repleta a la vez de ese tiempo consumido.
Vuelvo a cerrar los ojos para intentar huir de mi precaria situación. Recorro ahora calles vacías, intentando guarnecerme en los soportarles de una lluvia que no va a caer jamás. El sol está por salir, y mi casa aún queda lejos. Por más que ando compruebo que no alcanzo mi meta. Mis manos heladas sostienen un vaso vacío de contenido, como muchas de mis palabras dichas anteriormente. Me deshago de él y corro hacia delante. El resto es la nada.

Abro los ojos. No quiero sumirme de nuevo en mi paranoia. En la oscuridad percibo pequeñas manchas, que, aún sabiendo que no son más que producto de mi retina sucia, intento perseguir. Muevo lentamente la mano hacia mi bolsillo y compruebo que llevo los mismos pantalones de siempre. Saco el paquete de tabaco y lentamente me llevo un cigarro a la boca. Parece que esto no molesta a mis torturadores. Con la otra mano tanteo y cojo el mechero. El humo sale disparado de mi boca, que siento reseca y con mal sabor.

Me fijo en las figuras que forma el bocanada, y poco a poco me veo arrastrado hacia lo que sé es mi futuro.

Las paredes son blancas, las personas son blancas, yo soy blanco. Todo cuanto me rodea es blanco. Me doy cuenta entonces que mi cerebro quiere que interprete que estoy en un hospital. Los tubos blancos, contiendo líquido blanco, rodean mi cama. Mi estómago cuelga sobre mí, junto al resto de mis órganos. Miro mi cuerpo y compruebo que estoy completamente abierto, y allá donde debiera haber una vejiga, no hay nada. Miro a mis órganos tendidos y veo que también faltan. Poco a poco empiezan a desaparecer el resto de órganos, y yo también empiezo a desaparecer. Finalmente, todo se borra, y vuelvo a estar a oscuras en mi habitación.

El cigarro ha sido consumido, y me doy cuenta de que estoy sentado en una silla con un terrible dolor concentrado en mi cabeza. Enfrente de mí veo el vómito, y vuelven a entrarme náuseas.

¿Cuánto tiempo llevo aquí encerrado?

Mis cautivadores se resisten a decirme nada, pero ahora me dan la espalda. Aprovecho la ocasión y huyo de esa habitación por la puerta entreabierta. ¡No! ¡El sol! Caigo rendido en el suelo, sin más fuerzas para seguir luchando y un terrible dolor de cabeza destrozándome todo el cuerpo...

Maldita bebida, terminará acabando conmigo.

12 de noviembre de 2008

¡Rueda, rueda fortuna!

Entré en la habitación y lo vi yaciendo en la cama, inmóvil y los ojos fijos en el techo. Un intenso olor a orina, sudor y habitación cerrada me golpearon el rostro con tan sólo poner un pie en aquella macabra escena. Me hizo recordar el olor que minutos antes había sufrido en la calle, mientras esperaba que un semáforo se pusiera en verde para poder cruzar, a raíz de las heces de un caballo. Me hizo desear llegar cuanto antes a mi destino y así abandonar las calles llenas de suciedad y gentuza. Qué gran ironía me estaba reservada vivenciar. Aquella casa, que había sido mi casa, mi escondite ante los horrores del mundo, ahora se me antojaba más extraño y sucio que este. Y ese hombre que había sido mi padre, no lo veía ya más que como un desconocido. La diferencia entre el indigente que agoniza en la calle y el buen hombre que lo hace en su cama es pasmosamente nula. Te estás muriendo, es tu fin, y es igual de patético para todos.


Dicen que hay hombres que mueren con dignidad, otros con menos que el resto, y unos últimos que mueren sin dignidad alguna. Yo creo que el morirse es algo que le quita la dignidad al más digno. Uno puede irse con más arrojo que otros, con más pasión y escena, incluso con mayor alegría. Pero la dignidad no es algo que pueda aparecer en esta situación, estando famélico por los duros días pasados anteriormente, carcomido por la enfermedad y el alma desesperanzada, sabedora ya de que la batalla está perdida y que su existencia trocará a su fin. Pero hasta el más sano y fuerte, muerto por esas extrañas bromas que nos gasta el destino, es patético en su muerte. El rictus de dolor, los ojos enmarcados en la agonía de no poderse aferrar a nada… La única muerte digna que se me ocurre es el suicidio asumido y bien controlado.


Pero mi padre era un hombre de los de antes. Con miedo a la muerte, por lo que no se lo deseaba a nadie. Es lo que pasa cuando te creas en tu cabeza una idea de divinidad, sea de la religión que sea: no te sirve más que para vivir con miedo, a costa de la seguridad en la cosa más insegura del mundo, que es el saber qué te espera al final.

Pues bien, mi padre era uno de estos. Católico en su pensar, libertino en su actuar, como los mejores religiosos de la historia. Pero ahora sus días ya se habían acabado, y moría absurdamente mientras iba rezando Ave Marías rosario en mano.


Es extraño, pero una vez dentro de la habitación, con ese asqueroso olor al que no terminaba de acostumbrarme y con estos pensamientos, no podía alejar de mí la idea de acabar en esos instantes con su agonía. Intenté alejar esa idea de mí, y salí de la habitación sin poder evitar mostrar asco. Sentí la mirada de mi padre, desviada ya del techo, en mi espalda. No puede juzgarme mal, siempre he dicho en voz alta lo que opino de la muerte, y él debería saber lo que me iba a costar estar al lado suyo en estos momentos. Tal vez me hizo llamar por eso. Él siempre tuvo un humor muy peculiar.


Salí a una terraza a la que se accedía desde la cocina, mirando de soslayo unos cuantos cuchillos que aparecían metidos en un bloque de madera. Sabía que era absurdo, y que de hacerlo no lo haría así. El problema era que algo empezaba ya a matizarse en mi cabeza.


Los pecados de un hombre es algo que debe llevarse hasta la tumba. Eso es bueno, porque si realmente hubiese alguna forma de que fueran perdonados, entonces es cuando la muerte perdería el poco sentido que pueda tener. Cuando uno muere, realmente ajusta cuentas con el mundo, y la vida es el precio a pagar. No hay Dios que valga ni juicios finales. La muerte es el primero y último válido.


De esta concepción que tengo de la muerte se deriva que, cuando ya no aguante más y quiera saldar ya todas mis cuentas, yo mismo me las ingeniaré para lanzarme de un solo pistoletazo al absoluto.


Y es lo que ahora pensaba hacer con mi padre.

10 de noviembre de 2008

Hasta nunca


Comienzo a morir.
Eso es algo que se va apreciando.
Y ahora me quiero preguntar
sobre el sentido de mi vivir.

Mi gran amor no lo nombraré.
Ella aún vivirá feliz
sin acordarse de este perdedor
que la abandonó porque sí…
Por el simple hecho de perder.

Nunca necesité a nadie
para sentirme en algo especial.
Sé que siempre lo fui.
¿Qué porque entonces, al final,
soy un pobre infeliz?
Pues porque si hay en mi algo fatal
es que siempre lo quise así.

Busqué la verdad en la desgracia,
y así hallé la música.
Siempre amé la soledad
y por eso me muero ahora.

¿Vendrán a por mí las Musas?
No lo sé, pero ansío el final.
Si Dios existe
sólo una cosa en toda mi vida
le pienso rogar:
Que destruya mi alma,
ya no aguanto más.
Tras una sola vida
¿los hay que repetirán?

Y es que me voy a morir,
tras una vida mala y desgraciada.
No puedo evitar sonreír.
¿Por qué?
Porque abandono esta tierra ingrata
y por una vez soy feliz.
Ya no más que aguantar…

Adiós al mundo de la incongruencia.
No veo túnel, ni familiares detrás.
Moriré sin paz ni prudencia.
Me lanzaré con furia,
miraré a la cara.
Y saldré de aquí con dos palabras:
Hasta nunca.


Inspirado en la canción "El hombre que casi conoció a Michi Panero", de Nacho Vegas. La recomiendo vivamente.

1 de noviembre de 2008

Interpretación

Pídeme una cerveza,
pero que sea de botellín.
Acércate suavemente,
como el día que te conocí.

Disimulemos lo siguiente:
No somos nosotros,
sino actores de renombre
que interpretan un papel.
Tú, la chica mala
que viste de piel.
Yo seré así un hombre
que, acabado, quiere renacer.

Reiremos y nos besaremos
hasta el amanecer,
quiero que olvidemos
las faltas de ayer.

Seamos amigos de nuevo,
aunque sea en un papel.
No querría saber vivir
sino es contigo.
¿Qué le puedo hacer?

Mantengamos este sueño,
sigue hablándome de usted.
Al menos será divertido,
y hace mucho que no te veo reir.

No sé cuánto durará,
supongo que esta noche
y pocas más.
Una vez en el coche
te volverás a enfadar.