4 de mayo de 2008

- ¿Una Biblia? ¿Por qué una Biblia? -. La verdad, me había sorprendido que en una habitación como aquella, toda entera cubierta de estanterías repletas de libros, el único tomo que descansara sobre la única mesa fuera ese.

Mi interlocutor me miró desde su rincón, sentado elegantemente sobre un sillón con tapicería de cuero negro, sin contestarme. Se limitaba a mirarme como si de una extraña criatura me tratara. Era algo que hacía en muchas ocasiones. Yo mismo había presenciado en multitud de ocasiones cómo lo hacía con otros, mientras yo, en un tercer lugar, me limitaba a observarle a él.

- A veces pienso que es en lo único que puedo apoyarme -. Se limitó a contestarme.

- Es curioso. Yo siempre te había tenido por una persona sin ningún tipo de creencias -. Esto último era tan cierto como que me encontraba allí, en su propia casa. Lo conocía desde hacía varios años, pero esta era la primera vez que entraba en ella. Y ahora que estaba allí me daba cuenta de que jamás me la había intentado imaginar, pero, realmente, su hogar no podía ser otro que este.

Era un pequeño piso. Contaba simplemente con una sala principal, en la que nos encontrábamos, un dormitorio, la cocina y un cuarto de baño. Estaba todo decorado con gran gusto. Todas las paredes estaban cubiertas por planchas de madera noble, y el suelo era también de un oscuro parqué. Los conductos de aire acondicionado no eran visibles, pero una suave brisa que brotaba de las paredes, que apenas se veían gracias a las estanterías, lo delataba. El apartamento tenía un techo alto, al estilo francés, y, desde el suelo hasta él, las estanterías de casi dos metros lo cubrían todo.

En ella podían encontrarse toda clase de tomos y colecciones, ordenadas sin orden aparente. Desde que había entrado me había dedicado a mirarlas asombrado, pues jamás había visto una colección semejante en un particular. Mientras, él me miraba desde el sillón.

El resto de la habitación contaba con la única mesa, que también era de madera de roble, con seis patas dispuestas en forma de estrella, dándole al tablero circular la apariencia de un círculo desde el que brotaba hacia abajo la estrella de David. Sobre ella descansaba el ejemplar de las Sagradas Escrituras y una lámpara de porcelana negra. Al lado de la mesa había dispuestas cuatro sillas con aspecto muy cómodo. La sala la completaba un sillón bajo una de las dos ventanas, también grandes y con cortinas marrones muy gruesas, que llegaban hasta el suelo, una lámpara de pie, un equipo de música, con altavoces dispuestos por casi toda la habitación, y el sillón de cuero negro.

Se levantó sin dirigirme más la palabra y se dirigió hacia la cocina. Escuché algunos ruidos que provenían de ella y, al poco, apareció con dos copas y una botella de brandy. Entonces se dirigió hacia la mesa circular, sirvió generosamente ambas copas y se sentó, dejando a su vez una copa frente a la silla que yo tenía más cerca, invitándome así a imitarle.

Con un lento movimiento, como si le pesara el brazo, atrajo hacia sí el libro, y lo abrió por lo que creí una página aleatoria y lo estuvo ojeando. Mientras lo hacía, sin levantar en ningún momento la cabeza del libro, comenzó a hablarme.

- Tengo muchas creencias, y ninguna en realidad. Podría decirse que creo que muchas religiones son tan ciertas como falsas. Si me preguntaras si creo en Dios, te contestaría afirmativamente, pero supongo que lo que entonces pensarías estaría algo lejos de la realidad -. Todo esto me lo dijo con su voz tranquila, propia del que habla sabiendo que sus palabras son acogidas con gran atención. Luego levantó la vista del libro y me miró fijamente. Fue entonces cuando me di cuenta de lo poco que sabía de él.

Era esa la mirada de un hombre de muchos años, y muchas penas. Nunca había sabido su edad, pero siempre había creído que no podía tener más de treinta y cinco, aunque hablaba con la fuerza de una persona que ha vivido mucho más. Pero ahí le vi envejecido, como si durante ese instante toda su fortaleza se hubiera venido abajo. Fue entonces, movido por un deseo que no había conocido antes, cuando se lo pregunté, sin pensarlo siquiera.

- ¿Quién eres? -. Antes de darme cuenta la pregunta había sido formulada. En el segundo siguiente de hacerlo pensé que había sido una de las preguntas más tontas que había formulado nunca, y me avergonzaba haberlo hecho delante de una persona que consideraba un sabio. No mucho tiempo después agradecí, como sigo haciendo ahora, haberlo hecho.

- ¿Quién soy?, qué buena pregunta -. Me contestó, con una sonrisa indescriptible en los labios. Parecía que le había divertido la pregunta por el secreto que se adivinaba tras la respuesta. – A veces hasta yo mismo me lo pregunto, pero, por desgracia, sé muy bien quién soy.

La belleza de su rostro era algo que a nadie se le pasaba. Poseía unas facciones muy bien marcadas, con unos grandes pómulos, que le marcaban unos labios sedosos y muy bien perfilados. Sus ojos eran del color de la miel, aunque a la luz solían tornarse de un suave color verde. Su cabello negro, muy bien cuidado, le llegaba a la altura de los hombros, formando en su final unos simpáticos bucles. No era demasiado alto, un metro setenta aproximadamente, pero todo él estaba muy bien formado. Siempre he tenido que reconocer su encanto, pues realmente se trataba de una persona muy hermosa.

En lo que respecta a su interior, eso era todo un misterio. No sé muy bien qué hacía yo allí, ni tan siquiera el motivo por el que él me había invitado. La verdad, no recuerdo a nadie del círculo de conocidos que hubiera estado alguna vez en su casa.

En esos momentos, mientras lo veía sentado frente a mí, apoyando, con un gesto muy característico suyo, la cabeza en una de sus manos, mirando algún punto desconocido de la mesa, intentaba recordar la noche en que lo conocí. Me encontraba en un pub conocido como El Mensajero, donde seguramente me devanaba los sesos en alguna cuestión, con alguna copa de brandy o wisky, pues es lo que siempre bebo. Lo vi entrar, con ese paso suyo tan calmado, y a la vez tan imponente, y dirigirse hacia la barra. Una vez allí se dio la vuelta, apoyando los brazos sobre la misma barra, y se puso a observar a la clientela. Esto es algo que después le vi hacer un millar de veces. Yo me lo quedé mirando, pues me había llamado realmente la atención. No sólo porque se trataba de una persona que, como ya indiqué, destaca por su belleza, sino por la seguridad de sus movimientos y la frialdad con la que miraba alrededor suyo. Allí puesto me recordó a un dios juzgando a sus criaturas. Y fue en este pensamiento en el que estuve sumergido mientras lo miraba más detenidamente. Hasta que vi cómo giraba la cabeza y fijaba su vista en mi. Yo bajé la mía, intimidado absurdamente por esa persona que de nada conocía, pero comprobé por el rabillo del ojo cómo se acercaba. Se sentó frente a mi y me soltó:

- Tú quedas absuelto -. Levanté la vista sorprendido y me lo encontré sonriéndome con esos dientes perfectos y blanquísimos. Su rostro se me asemejó al de un niño que acabara de cometer alguna trastada. Y, como si fuera lo más normal del mundo, comenzó a hablar conmigo.

- Espero no molestarte, pero he visto cómo me mirabas, y al comprobar que eres la única persona que se encuentra sola de toda la sala, pues me ha parecido que tal vez quieras entablar alguna simple conversación con alguien a quien no conoces de nada -. Esa sonrisa suya, como si guardara alguna especie de secreto que tan sólo él conoce, afloró y, no sé muy bien porqué, decidí que me caía bien. Aun y así, no podía dejarme vencer en ese primer asalto.

- No puedes acusarme de estar mirándote, cuando tú eres el primero que, con mayor descaro, mirabas a todo el mundo del local.

- Acusarte… Normalmente no hago preguntas personales, pero me gustaría saber si eres abogado, pues no es la primera vez que haces referencia al campo judicial -. Tras este comentario consiguió dejarme sin aliento y que un escalofrío recorriera mi espalda. Realmente por aquel entonces era abogado, pero lo que más me asustó fue que el único comentario que había realizado nombrando algún término de los procesos judiciales en voz alta había sido ese, el otro… Lo había declarado en mi mente. Ahora apenas me sorprende, pues he llegado a la conclusión de que es capaz de entrar en el más profundo de mis pensamientos y sacarlo a la luz como si de un pensamiento suyo se tratara. Como si, al poder entrar en mi cabeza se encontrara también con el privilegio de poder determinar cuales pueden permanecer en la intimidad y cuales no. Aunque, para ser sincero, creo que él se encuentra en la posición de poder juzgar correctamente esas cosas y muchas otras, pese a que mil veces me indignara cuando hacía referencia a cosas que sabía a ciencia cierta que no había dicho en voz alta. Si era capaz de hacerlo con otras personas, es algo que desconozco hasta la fecha, lo que sí es cierto es que, en el caso de poder, no lo hacía o no daba muestras de hacerlo. Parecía que lo hacía conmigo porque le divertía contemplar mi cara de duda, al pensar si eso lo había dicho realmente o sólo lo había pensado...