27 de septiembre de 2009

Barbie debe morir

Porque Nancy O prefiere verla muerta
Barbie debe morir
Porque Nancy Reagan vale mas que ella
Barbie debe morir
porque esta mas gorda que Nancy Anorexica
Barbie debe morir
porque esta mal hecha es demasiado vieja
Barbie debe morir

porque a mi me da la gana
porque ken lo quiere asi
porque se ha vuelto muy rara
Barbie debe morir(4)

Porque habla mal de Nancy Trabesti
Barbie debe morir
insulto a la verdadera Nancy Rubia
Barbie debe morir
Porque fue juzgada y condenada
Barbie debe morir
porque tiene muy revuelto el carma
Barbie debe morir
porque es tan americana
porque ken sera feliz
porque es un poco fulana
Barbie debe morir (x8)

y las Nancys se reiran
porque Barbie lo va a pasar fatal

Barbie debe morir(x3)
Barbie muerete ya
oh oh oh
 
(Barbie debe morir, Nancys Rubias) 

19 de septiembre de 2009

Desidia

Cansado de esperar las migajas
que tu osadía quería donarme para las heridas,
me alejo de tus mentiras, tus falsas miradas
y me marcho allá donde ya no pueda encontrarte.
Me dijiste que me amabas; yo te amé como un loco
y ahora tengo que marcharme, a aquel lugar o a cualquier otro.

Fueron esas palabras duras las últimas que supe darte.
No creo que lo mio sean las despedidas
ni que tú quisieras escucharme ni un minuto más.
Y, si fue la crueldad lo último que viste,
es porque era la guinda final de mi museo de simpatías.

No podías ser eternamente linda.

Ahora rezo para mí una letanía de melancolías
que no saben fortalecerme, pero que me salvan de la locura.
Y, como un dios destronado de su cielo, caigo al infierno
del olvido, la falta de ternura y los atrasados por qués.
Me mantengo en la desidia, en los días que se alargan
y que me mandan tener algo que hacer.

Pero no puedo, no encuentro ningún motivo
-ni aún furtivo- que no me haga entristecer.
Me mantengo en la rutina, en las noches pausadas
llenas de falsas risas, tabaco y vino.
Caigo en el abismo de mi propia vida.

Y no sabría salir y encontrarme, de nuevo, con la alegría.

Escribo mis penas y desdichas en papeles arrugados
que terminan en el suelo, junto a mi esperanza.
Ya me he marchado, pero no he sabido encontrarme.
Tal vez no supe hacerlo, no supe arreglarlo
ni cuidarlo, ni tan siquiera supe, tal vez, buscarme.
Y entre estas malsanas penas caigo derrumbado.

Quiero levantarme, quiero huir de nuevo,
pero mi cinismo me dice que será para caer nuevamente.
Tomo impulso, salto. Pero el asidero está aún muy lejos.
Y ahora, como perro maltratado, vuelvo a tí
con el rabo entre las piernas, para pedirte consejo.

Pero no se puede esperar cariños del tiempo.

9 de septiembre de 2009

Cartas y despedidas

Nota del autor: Me aburro, y esto me lleva al juego, al ingenio. He intentado hacer una poesía rápida, desesperada, y creo que debo avisar que, para una lectura adecuada, es recomendable hacerlo de la misma manera. No os pido que desesperéis, más bien que procuréis hacer una lectura ávida.

Parado en las vías de una estación
en la que hace mucho que los trenes
dejaron de pasar,
intento recordar aquella canción
que un día nos unió, los días alegres,
y sólo recuerdo tu cara, tu sonrisa y tu voz.
Y esto no me deja comprender el motivo fúnebre
que decidió acabar con nuestro amor.

Y por más que me empeño no me consigo adaptar
al movimiento de esta vida sin seguridad,
seguridad que antaño me dabas y que ahora me falta.
E intento encontrar una solución
al lobo del hombre, su mezquindad,
sin quererme consolar en la fácil razón
de que así somos, que no hay justicia, belleza o verdad.
Pero siento miedo, en tu intimidad lo reconoceré,
de enfrentarme a esto sin ser tú mi bastión,
mi apoyo fuerte, alegre e inocente en el que me apoyé
para que fueras mi acompañante en la soledad,
única compañera fiel en esta vida de confusión.
No soy como esperaba. Pensé que te podría olvidar.

Pero pasa que cuanto más tiempo,
cuanta más distancia hay entre tú y yo,
más en este caos me hundo y me pierdo.
¡Y aún no recuerdo esa triste canción
en la que con melancolía poderme hundir!
Y así recordar aquellos tiempos en los que eras mi vida,
en los que, con una paz solemne,
podía dormir abrazando nuestro amor.

Y no ahora que, con mil cigarros por bandera,
con lápices y hojas como escudo,
salgo a la calle con mis gafas de sol,
ocultándome de este mundo
que sus miserias muestra al astro sin pudor.
Siento inevitable pensar en nuestra mediocridad.
Y entre fiestas y alcohol
yo sólo me limito a observar
las penas que con buenas fotos pretenden callar.
Y aún sin recordar el estribillo
vienen a mi cabeza las palabras del poeta
en que aseguraba con destreza
antes de que tú me mates, prefiero matarme yo”.

O tal vez sólo me limite a huir
para demostrarme así que tiene algún sentido
destrozar algo que fue para mí lo más bonito,
lo más precioso y bueno que pude consentir
en mi vida, que debería ser asquerosa y sin brillo.
Pero ¿cómo dejar escapar la oportunidad
de poder abrazarte, de dejarme por ti amar?
Aunque eso significara ser feliz.

Me iré, marcharé de aquí esperando poderme encontrar.
Volando, como Cyrano, no muy alto, pero solo,
procurando poder discernir lo que está bien y mal,
alabaré a unos pocos, desecharé a los demás.
Y en mi huida tal vez te vuelvo a encontrar
paseando, con la elegancia de la que tú sola eres capaz,
por alguna bella ciudad.
Aprovecharé entonces la ocasión para darte esta carta,
hablarte de mis aventuras tal vez.
Y, una vez demostrado todo mi amor,
podré marcharme libre, de nuevo sin rumbo, sin pasión.
Pero sabiendo que al menos una vez en mi vida, ya larga,
has tenido en tu exquisita alma mi corazón.

6 de septiembre de 2009

Mi Marla particular

Pobre, sucia y destrozada,
uñas de color desgastado,
robando ropa en centros de lavado
para venderlas en la siguiente esquina.
Hace ya mucho que no lloras
y que te refugias en las medicinas,
en el fondo de los vasos ya vacíos.
¿Qué te hará reír ahora?

Huiste mil veces para volver después.
Avanzar por la vida con hombros caídos,
con ojos cansados, con manos gastadas.
En un sucio apartamento lleno de liendres
malvives tu vida insana.
Lo tuyo son las malas compañías.
Debiste escuchar las palabras hirientes
de las que fueron tus viejas amigas.

Los años en ti sí pasan en balde.
Ni las canciones ni los poemas
que seguiste sin ver sus problemas
pueden ahora contar, de horrendo,
tus historias con mujeres y hombres.
Y cuando cae la noche en tu cabeza
quisieras salir de allí corriendo,
volver a tu juventud y recuperar tu nombre.

Pero sabes que hay elecciones
de las que eres única responsable.
Y sin poder siquiera llorar
quieres gritar y encontrar otro culpable.
Pero no hay salida para tu vida,
no se pueden solucionar tus errores.
Y te revuelves contra ti misma
inyectándote otra dosis de bellos colores.

Ni el sexo sucio ni el alcohol
pueden hacerte mejorar.
Y, encerrada en tu habitación,
poco a poco vas perdiendo la cordura.
Y te dices “mejor esto que luchar”.
¿Quién podría acompañarte en la locura
para intentar hacerte reir?
¿Elegiste vivir así?

Y un día te encontraré sentada
en los escalones de un sucísimo portal.
Te tenderé una mano y te haré huir
poniendo carretera y alejándote de la soledad.
Iremos a alguna ciudad despoblada
de edificios derruidos y cielo gris.
Donde no exista el horror ni la verdad,
donde construir nuestro imperio de mediocridad.

2 de septiembre de 2009

Abandono

No somos los hombres seres perfectos, lo sabemos.
Son los restos de nuestros fracasos nuestra memoria
y las pequeñas dudas el inicio del fin de la historia.
Paseamos, caminamos intranquilos por nuestras desdichas
recordando tal vez aquel error, sabiendo que no hay salida.
Nos clavamos las astillas del duro recuerdo
y nos sentimos incapaces de exorcizarnos de nosotros mismos;
Un nosotros funesto que ya no somos, pero que fuimos.

Era ella la mujer del rostro engañoso.
Tal vez nunca aprendí a comprender su mirada
y caí rendido por su aspecto glorioso.
No era ángel, ni era demonio. No era hada, tampoco duende.
¿Era una ninfa o era simplemente humana?
Tal vez su forma de ser solo existió en su mente.
Quizás no exista aún especie donde poderla clasificar,
una etiqueta donde ver su nombre junto a los demás.

O posible y simplemente me dejé engañar.

Sus ojos duros me miraban y me crucificaban,
el gesto de sus labios me daba paz.
En nuestra relación nunca pude ahondar en su personalidad,
pero ella siempre me aseguraba que la hacía feliz.
No lo comprendía, ¿cómo lo hacía? Un misterio.
Tal vez por eso tampoco entreví el fin,
tal vez por eso jamás me lo tomé en serio.
¿Me mandaba con su mirada mensajes de aviso,
mensajes que, en mi ceguez, no conseguí ver?

Tras la despedida -una simple nota le bastó-
me encontré solo en una casa demasiado grande,
en una cama demasiado sola, en el recuerdo de su olor.
Y me pasaba las horas oculto en un rincón,
no sé si de la casa o de mi alma, atesorando telas de araña.
Marañas de disculpas tardías venían a mi cabeza
mientras que el sentimiento de culpa me invadía.
Y no sé si lo que más me aterra es no conocer la causa
o que, de horrible, no quiera reconocerla.

La quería ¡la quiero! Y soy incapaz de olvidar su pelo,
de olvidar su risa y aparente cara de niña.
Incapaz de desestimar su interacción con los objetos
cada vez que yo mismo realizo algún movimiento.
Pero es la condena, ya mil veces descrita,
de aquellos que le debemos al abandono el sufrimiento:
Nunca olvidaremos los ecos que ya no resuenan,
las imágenes de tiempos pasados, los años tiernos,
querrán imponerse por la fuerza.

Tal vez huir sea una opción sensata,
la esperanza del que huye de su propio remordimiento.
¿Pero no es la cobardía propia del guerrero?
Escapar de los recuerdos, de las miradas en el espejo.
Intentar olvidar -aunque de dificil, es imposible- su reflejo.
¿No huiste de mi lado? ¿No me abandonaste al polvo?
¿Por qué, entonces, habita junto a mí tu espectro?
Me hundo, me hundo en la desesperación del loco.
¡Vuelve a mi lado! ¡Te quise y te odié tanto!

Pero no. No vuelves, y yo me consumo en el lodo
fabricado por el manto de mis lágrimas y mi arcilloso cuerpo.
Y mi triste figura se consume en su rincón mohoso,
sus heridas no supuran y se gangrenan. Me quedo muerto.
La casa de nuestros sueños envejece, y se cae la pintura.
Todo es gris, dentro y fuera; todo es para mí desierto.
No vuelves, no. Y no volverás jamás.
Y poco a poco se apagan en mí las luces de mi cordura
y son sustituidas por las velas de mi entierro.