12 de diciembre de 2008

Christina Rosenvinge: El lastre de su brillantez

Me vaís a permitir que por un momento vuelva mi cara a lo que ocurre a día de hoy en el panorama musical, y es que creo que el tema merece la pena: Christina Rosenvinge, la chica mala del rock and roll, la ratita presumida, aquella que de un chas conseguía aparecer a nuestro lado, ha vuelto.

Un nuevo sonido, con claves influencias vegasianas -sin entrar en prensa rosa-, pero mismo espíritu. Escuchar su nuevo disco, escuchar nuevamente su voz como protagonista -su disco conjunto "Verano fatal" apenas nos dejó paladear como se merece su provocadora y aparentemente frágil voz-, es sonreír y decirse: "Ahí estás, Christina". Y además vuelve, para regocijo de sus seguidores de voz castellana, abandonando su anterior tendencia a componer en voz anglosajona.

Tras aquel "Continental 92" se decidió a refugiarse en clubes nocturnos de la capital mundial, la París del siglo XIX, Nueva York. Y no le fue mal. Los que son grandes lo son toquen en grandes teatros o en pequeños antros.

Dicen las malas lenguas que sólo ha salido a la luz nuevamente gracias a la colaboración con Nacho Vegas, pero las habladurías las propaga la gente... Y la gente es gente. Christina ha salido a la luz gracias a su anterior trayecto, femenina pionera en el rock and roll -de renombre, por supuesto- español, capaz de crear discos como "Que te parta un rayo", no necesita a ningún genio en ciernes para que una discográfica quiera firmar con ella. Se basta sola.

Pero no es contar su historia el propósito de esta entrada. Seguro que ya hay miles de entradas por la basta red que lo hace maravillosamente. A mí la crónica histórica -como ya véis- se me da fatal (algo tendría que dárseme mal, digo yo).
Lo que realmente me ha motivado a escribir esto es el pie de página que está acompañando a este disco: "Tu labio superior, el nuevo disco de Christina Rosenvinge, claramente el mejor disco de su carrera... blablablabla..." y similares.

Claro está que es un disco muy trabajado, el indie al que empezó a volverse hace tiempo así lo exige, evidentemente podría destacarse como uno de los mejores discos sacados en 2008 (acompañado de "Manifiesto desastre" de Nacho Vegas y "Hellville Deluxe", de alguien que ni me molestaré en citar -si hace falta, lo que realmente no necesitas es seguir leyendo-). Cada uno a su manera, cada uno un gran disco. Hay otros muchos que no quisiera dejar de lado, como el de Josh Ritter, pero que sea la única entrada que voy a hacer sobre el panorama musical no significa que vaya a nombrar todos los discos de este año que me han llegado. Así que me quedo con esos 
y dejo de irme por las ramas.

"Tu labio superior" es muy bueno, sí. Pero como los anteriores trabajos de Christina, son innovadores, y no se pueden dejar de lado. Es como cuando sac
ó "Mi pequeño animal", que se comparó discriminando "Que me parta un rayo". Los dos unos discazos, y los dos muy acordes con la propia evolución de la artista y la música del momento.
Observados desde el contexto de su publicación, los discos de Christina son discos originales, muy personales, e innovadores. Por favor, no nos dejemos guiar por la euforia de un nuevo disco 
y critiquemos su anterior trabajo, pues no puede desmerecerse.

4 de diciembre de 2008

Teatro y vida

-¿Y esa máscara? ¿Por qué la llevas?

-Para mejor mostrarme al mundo –respondí tranquilamente, como el que dice algo que ya se sabe por lo obvio del asunto-.

-¿No será mejor que así te ocultas? Uno se pone una máscara para que no se le reconozca, para poder actuar sin que luego se le pueda imputar la responsabilidad de sus acciones.

-No, estás muy equivocado. Uno se pone una máscara para crearse a un personaje, para poder dar vida a algo que él mismo no puede. Mi máscara, todo mi disfraz, no soy nada más que yo mismo. Este personaje, que a todos se les antoja muy distinto a mí, soy yo realmente. Es mi yo alejado de las convenciones sociales, pues al ser eso, un personaje no tiene porqué seguirlas, ya que no les debe nada al no escudarse, al mismo tiempo, en ellas.

Cuando me subo a un escenario a interpretar no puedo sacar de mí nada más que lo que llevo dentro. No puedo en ningún momento ser otro. Así, cuando lloro o me mantengo hierático ante algo, es porque realmente soy capaz de hacerlo. Así, cuando me paseo con mi disfraz, no es mi personaje quien se pasea, sino yo mismo. Y si en algún momento él sonríe, soy yo quien lo hace. Tal vez puedan pensar: “¿Entonces? ¿Por qué no te quitas la máscara?”. Ante eso yo respondo que si alguien se atreve a mostrarse tal cual es, mostrar su más grande intimidad sin ningún tipo de pudor sin tener un subterfugio donde resguardarse, que lo haga. Y si soporta la maldad de los hombres que utilizarán eso para herirle, es porque es un loco o un estúpido.

En cambio, yo siempre podré decir que ese no soy yo, que no es más que actuación. Y así, podré siempre maravillarme y llorar ante una obra de arte, y acto seguido mirar por encima del hombro a todos los que me acompañan y soltar alguna parrafada estéticamente perfecta, pero sin una gota de ternura.

¿Y quién seré yo?

No puedo decíroslo, pues si revelo quién es el personaje y quién el real, ya no habrá posibilidad de salvación.

 

“Conocer la vida no es sólo observarla, es introducirse en ella, es demostrar habilidad para transformar lo conocido y lo vivido en imágenes escénicas, cercanas y comprensibles para nuestros espectadores.”

(María Osipovna Knébel. El último Stanislavsky. Editorial Fundamentos. Madrid. España. 1996.)

2 de diciembre de 2008

Una carta olvidada

¿Qué darías a cambio de tu alma?

¿Qué es eso que deseas por encima de todas las cosas que pueden dársete en el mundo? 

Yo lo sabía, e hice mi elección.

Quise probar el hastío de haberlo vivido todo. Quise saberlo todo. Quise poder tocar con mi dedo el más profundo abismo, para luego ascender hasta el paraíso del placer. Quise estancarme para siempre, para así poder correr por el vertiginoso movimiento de la vida. Deseé mantener intacta mi juventud para siempre, y apenas pensé que eso es demasiado tiempo.

¿Tengo yo la culpa de ser una suerte de Apolo? ¿Cómo es posible que no me amara más de lo que el propio Narciso podría haberse llegado a amar jamás? Las Musas corrían a mí deseosas de que yo gozara por su causa, pugnándose por ser las coronadas por su propia influencia.

Y todas aquellas bendiciones decidieron tornarse en maldición. Los dioses quisieron, en un temible juego al que no debí entrar jamás, concederme aquel deseo que siempre había ansiado. Mi juventud sin mácula, con toda su fuerza y vigorosidad, se mantiene intacta desde entonces.

Pero, lejos de poseer un cuadro oculto donde esconder mis horrores, todas mis culpas se agolpan en mi cabeza, deseando encontrar ese eterno descanso donde son expiadas. Pero no existe pintura que acuchillar, ni cabeza que cortar, ni existe cadena tan fuerte que me sujete al fondo del mar, sin morir, quizás, pero lejos de este mundo. Y no encontré más expiación que el arte que antes había cultivado, pero las Musas, sintiéndose engañadas al descubrir que me amaba más de lo que jamás ellas serían amadas, no querían ya asistirme.

Y aquí estoy. Sin tiempo suficiente para haber visto levantarse grandes imperios, pero sí con el bastante para querer abandonar el mundo.

He viajado por el mundo, he sido agasajado por millones de mujeres que serían el sueño de cualquier hombre. Todas las drogas han surcado mis venas, y hoy día me mantengo sin tan siquiera el descanso del sueño. No hay horrendas marcas que afeen mi rostro, y mi energía no se ve delimitada.

¿Me robaron el alma? Me quitaron las Musas al descubrir mi secreto, extirpándome así una gran parte de mi ser, pero dejaron intacta mi sensibilidad ante el dolor, ante lo horrendo. Lo espantoso sigue haciendo mella en mí, el vacío me inunda. Por compañera me dejaron a la soledad, como una ironía propia de las más crueles mentes. ¿Por consuelo? Ni la Muerte, ni una conciencia amiga que me quisiera escuchar. Desterrado de la vida empecé a sentirme. Era el hombre más vivo que jamás había pisado la tierra, quizás después de Aquiles, y el que más muerto estaba.

Mi ética fue cayendo en el olvido, junto a tantas otras personas a las que ya no podía amar por parecerme ridículas. Empecé a ver a todos como pobres que se afanan en recolectar lo suficiente ese día antes de que llegue la noche para poder subsistir si con ella llega el frío. Andan con su carritos llenos, algunos bastante precarios, otros auténticos BMW, pero tanto da. Todos fortuitos y pasajeros.

Quería pensar que había sido maldecido, pero poco a poco comencé a darme cuenta de que aquello que los dioses me habían dado como castigo, no era para mí más que la contestación a todas las preguntas.

Lejos de la moral todo me servía. ¿Pero acaso la moral no ha sido inventada por el ser humano para poder morir tranquilo? ¿De qué me servía a mí entonces?

Y ahora vago por las ciudades. No poseo un lugar fijo para descansar, prefiero hacerlo en los distintos y oscuros bares que las urbes me van brindando. Me deleito en escribir un pequeño texto en un trozo de papel que luego dejo sobre la mesa, para que pueda ser leído o tirado por el próximo que vaya a sentarse. Adoro subirme a un pequeño escenario improvisado en un local y cantar todas aquellas poesías que en el camino he escrito.

Y ahora vuelvo a mi juego. Os dejaré esto aquí como testimonio. Tal vez sea leído, tal vez obviado. Sea lo que sea, mucha suerte a todo aquel que pase la vista por aquí. La necesitará.

26 de noviembre de 2008

Entre el sur y Norteña

Una vez en mi vida se cruzó

una verdadera mujer.

Era del norte, me aseguró,

mientras de un trago de tequila

apagaba momentáneamente su sed.


Unas oscuras gafas de sol

ocultaban su forma de ser,

y con su pelo en plena revolución

quiso que le contase otra vez

cómo era mi vida en el sur.

Por supuesto acepté.


Y le conté que no estaba mi vida allí,

que esas tierras abandoné

por ser el sol el rey.

Y vine a Norteña

para encontrar mi vida gris.


Y sé desde que la conocí

que no sabré olvidar jamás

el sabor a tequila en mí.

Ni su forma de mirar y hablar,

ni su forma de sonreír.


"Si buscáis la Norteña

me deberéis de tener,

pues nadie que con ella sueña

la ha tenido sin probar mujer."

Y yo no pude evitar enloquecer.


Sus uñas se clavaban en mi carne

como agujas de coser.

Y sus labios tomaron mi sangre

como si de ella quisieran beber.

Bienvenido a Norteña, murmuré.


Una negra y larga melena

me quiso atrapar

junto a su piel morena

y un tacto frío como la mar.

Supe que no regresaría jamás.


Pero cuando desperté

sólo unos negros cabellos

junto a mí encontré.

Y yo, sin un triste consuelo

en que poderme entretener…


Y sé que aprendí la lección

que allí era la ley:

"Sólo con una canción

podrás a un mujer conseguir."

Y esta te escribí.


Y cuando pase de vuelta

sé que no estarás,

pero dejaré esta canción en la puerta

del que creí tu hogar

para que siempre me puedas recordar…

21 de noviembre de 2008

Con amor y absurdidad

Esta noche vuelvo a percibir su olor... Corro por la calle intentando huir. Ya no lo soporto más. Como dice aquella canción, quisiera huir del rojo y azul del neón, quisiera correr y saborear algo distinto al amor. Revolcarme en algún barro espiritual y sentirme más vivo, con la conciencia machacándome por haberme equivocado. Quisiera torturarme y así expiar toda mi culpa.
¿Porqué lo hice? Clamo al Cielo, pero me temo que, si hay alguien allí que pueda escucharme, no lo hace en estos momentos.
El rojo siempre fue una obsesión, pero eso no es una excusa. Aquellos labios no estaban teñidos por ningún carmín, y sus ojos eran indiscutiblemente de un color verde hechizante. Lo hice por pura debilidad, y ahora podré arrepentirme de por vida.
En todos lados encuentro su rastro, pequeñas señales que me va dejando mi paranoia para que no pueda olvidarme de ella... Valiente solitario. Apenas una mujer se me acerca, ya he caído en sus garras, y parece que aún no he aprendido la lección que hace años aprendí hondamente.
Si alguna vez te dicen que tienes que aprender a levantarte, desde aquí te pido que no les eches cuenta a esos demonios. Si te caes, alégrate que sea en un foso profundo. Al menos así no tendrás que volver a entrar en el juego. Una vez muerto en tu agujero no tienes porqué ascender al mundo de los vivos, donde los vaivenes pueden volver a tirarte.
La tentación es grande, y muchos habrá que quieran ayudarte a subir, prometiéndote un lugar mejor. Pero recuerda que caemos siempre en las mismas piedras, y volverás a tu agujero en breve. Algunos incluso dicen que eso es bello...
... Pero esos mismos no han sabido nunca disfrutar de su tristeza. No es para todos el poder de contemplar las preciosas cosas que se observan desde allí, la verdadera sensación de estar vivo, la carga de tener que vivir. Algunos dicen que los pesimistas como yo somos unos misántropos, hombres que desean la muerte, que odian el mundo. ¡Y cuánto se equivocan! Amo el mundo, amo a todos aquellos capaces de percibir la sutileza de lo bello -que generalmente porta la máscara de la desgracia-, amo a la Humanidad, capaces de levantar ciudades, incluso por su habilidad por destruirse y, lo que es aún mejor, por sus ganas de dejar de hacerlo, pero, sobre todo, amo la vida. Carga, sí; Traidora, más todavía. Pero no podría vivir sin ella. No es una broma, con ello quiero decir que sin sentirme vivo, no quisiera vivir, y sólo uno se siente vivo cuando esta le supone esfuerzo, cuando debe encontrar desde por la mañana el motivo para levantarse. Cuando actúas por impulso no estás más que obedeciendo a tu ley natural de supervivencia.
Tal vez por eso, aquella noche donde todos mis deseos se vieron satisfechos en su blanca y tersa piel, decidí ceder. Necesitaba experimentar de nuevo una alegría, un sueño satisfecho, para volver a mi cueva a recordarlo con nostalgia.
Extraño, podréis pensar. Pero, ¿de verdad pensáis que me importa?

14 de noviembre de 2008

Cigarros consumidos

El día de ayer no ha sido más que el reflejo de mi sueño. Todo a mi alrededor está nublado, y apenas atino a distinguir los matices de ese estúpido cuadro que cuelga en mi habitación. Pero, ¿a quién le importan los matices? ¡No puedo ni tenerme en pie! La bruma va disipándose, dejando pasar un dolor lacerante que me consume. Caigo al abismo de la desesperación mientras las plumas vienen para recogerme. ¿Caigo yo en ellas o realmente son ellas las que vienen hacia mí?

Siento mis pies desnudos sobre el suelo. El resto de mi cuerpo yergue sobre el colchón. No me levantaré. Oscuras sombras de mi pasado me acechan, esperando el menor movimiento para volver a flagelarme.

Recuerdo a mis amigos, sonriéndome desde el pasado, y temo por lo que ahora les pueda estar ocurriendo. Gloriosos momentos pasamos juntos, y ahora, como yo, estarán consumiéndose bajo el peso de su culpa, a oscuras en una habitación que les rechaza. Sus chistes ya no tienen gracia, sus actos ahora se me antojan patéticos. No debimos reírnos de aquella forma de nuestra suerte, no debimos haber jugado a aquel juego atroz. Todo tiene su límite, y nosotros nos decidimos a sobrepasarlo.

Comienzo a percibir las cosas que me rodean, pero sólo hay un sentido que aún se mantiene intacto, y es el olfato. Este me trae fétidos olores de lo que parece ser mi cena de anoche. Intento volverme para evitar el olor, pero apenas lo hago un latigazo sacude mi cuerpo. ¡Está bien! ¡No me torturéis más, no volveré a moverme!

Un cigarro apagado no significa más que tiempo consumido. Un tiempo que no se preocupa más de nosotros que nosotros mismo de esa colilla. Y sé que mi habitación, llena de esas oscuras sombras, está repleta a la vez de ese tiempo consumido.
Vuelvo a cerrar los ojos para intentar huir de mi precaria situación. Recorro ahora calles vacías, intentando guarnecerme en los soportarles de una lluvia que no va a caer jamás. El sol está por salir, y mi casa aún queda lejos. Por más que ando compruebo que no alcanzo mi meta. Mis manos heladas sostienen un vaso vacío de contenido, como muchas de mis palabras dichas anteriormente. Me deshago de él y corro hacia delante. El resto es la nada.

Abro los ojos. No quiero sumirme de nuevo en mi paranoia. En la oscuridad percibo pequeñas manchas, que, aún sabiendo que no son más que producto de mi retina sucia, intento perseguir. Muevo lentamente la mano hacia mi bolsillo y compruebo que llevo los mismos pantalones de siempre. Saco el paquete de tabaco y lentamente me llevo un cigarro a la boca. Parece que esto no molesta a mis torturadores. Con la otra mano tanteo y cojo el mechero. El humo sale disparado de mi boca, que siento reseca y con mal sabor.

Me fijo en las figuras que forma el bocanada, y poco a poco me veo arrastrado hacia lo que sé es mi futuro.

Las paredes son blancas, las personas son blancas, yo soy blanco. Todo cuanto me rodea es blanco. Me doy cuenta entonces que mi cerebro quiere que interprete que estoy en un hospital. Los tubos blancos, contiendo líquido blanco, rodean mi cama. Mi estómago cuelga sobre mí, junto al resto de mis órganos. Miro mi cuerpo y compruebo que estoy completamente abierto, y allá donde debiera haber una vejiga, no hay nada. Miro a mis órganos tendidos y veo que también faltan. Poco a poco empiezan a desaparecer el resto de órganos, y yo también empiezo a desaparecer. Finalmente, todo se borra, y vuelvo a estar a oscuras en mi habitación.

El cigarro ha sido consumido, y me doy cuenta de que estoy sentado en una silla con un terrible dolor concentrado en mi cabeza. Enfrente de mí veo el vómito, y vuelven a entrarme náuseas.

¿Cuánto tiempo llevo aquí encerrado?

Mis cautivadores se resisten a decirme nada, pero ahora me dan la espalda. Aprovecho la ocasión y huyo de esa habitación por la puerta entreabierta. ¡No! ¡El sol! Caigo rendido en el suelo, sin más fuerzas para seguir luchando y un terrible dolor de cabeza destrozándome todo el cuerpo...

Maldita bebida, terminará acabando conmigo.

12 de noviembre de 2008

¡Rueda, rueda fortuna!

Entré en la habitación y lo vi yaciendo en la cama, inmóvil y los ojos fijos en el techo. Un intenso olor a orina, sudor y habitación cerrada me golpearon el rostro con tan sólo poner un pie en aquella macabra escena. Me hizo recordar el olor que minutos antes había sufrido en la calle, mientras esperaba que un semáforo se pusiera en verde para poder cruzar, a raíz de las heces de un caballo. Me hizo desear llegar cuanto antes a mi destino y así abandonar las calles llenas de suciedad y gentuza. Qué gran ironía me estaba reservada vivenciar. Aquella casa, que había sido mi casa, mi escondite ante los horrores del mundo, ahora se me antojaba más extraño y sucio que este. Y ese hombre que había sido mi padre, no lo veía ya más que como un desconocido. La diferencia entre el indigente que agoniza en la calle y el buen hombre que lo hace en su cama es pasmosamente nula. Te estás muriendo, es tu fin, y es igual de patético para todos.


Dicen que hay hombres que mueren con dignidad, otros con menos que el resto, y unos últimos que mueren sin dignidad alguna. Yo creo que el morirse es algo que le quita la dignidad al más digno. Uno puede irse con más arrojo que otros, con más pasión y escena, incluso con mayor alegría. Pero la dignidad no es algo que pueda aparecer en esta situación, estando famélico por los duros días pasados anteriormente, carcomido por la enfermedad y el alma desesperanzada, sabedora ya de que la batalla está perdida y que su existencia trocará a su fin. Pero hasta el más sano y fuerte, muerto por esas extrañas bromas que nos gasta el destino, es patético en su muerte. El rictus de dolor, los ojos enmarcados en la agonía de no poderse aferrar a nada… La única muerte digna que se me ocurre es el suicidio asumido y bien controlado.


Pero mi padre era un hombre de los de antes. Con miedo a la muerte, por lo que no se lo deseaba a nadie. Es lo que pasa cuando te creas en tu cabeza una idea de divinidad, sea de la religión que sea: no te sirve más que para vivir con miedo, a costa de la seguridad en la cosa más insegura del mundo, que es el saber qué te espera al final.

Pues bien, mi padre era uno de estos. Católico en su pensar, libertino en su actuar, como los mejores religiosos de la historia. Pero ahora sus días ya se habían acabado, y moría absurdamente mientras iba rezando Ave Marías rosario en mano.


Es extraño, pero una vez dentro de la habitación, con ese asqueroso olor al que no terminaba de acostumbrarme y con estos pensamientos, no podía alejar de mí la idea de acabar en esos instantes con su agonía. Intenté alejar esa idea de mí, y salí de la habitación sin poder evitar mostrar asco. Sentí la mirada de mi padre, desviada ya del techo, en mi espalda. No puede juzgarme mal, siempre he dicho en voz alta lo que opino de la muerte, y él debería saber lo que me iba a costar estar al lado suyo en estos momentos. Tal vez me hizo llamar por eso. Él siempre tuvo un humor muy peculiar.


Salí a una terraza a la que se accedía desde la cocina, mirando de soslayo unos cuantos cuchillos que aparecían metidos en un bloque de madera. Sabía que era absurdo, y que de hacerlo no lo haría así. El problema era que algo empezaba ya a matizarse en mi cabeza.


Los pecados de un hombre es algo que debe llevarse hasta la tumba. Eso es bueno, porque si realmente hubiese alguna forma de que fueran perdonados, entonces es cuando la muerte perdería el poco sentido que pueda tener. Cuando uno muere, realmente ajusta cuentas con el mundo, y la vida es el precio a pagar. No hay Dios que valga ni juicios finales. La muerte es el primero y último válido.


De esta concepción que tengo de la muerte se deriva que, cuando ya no aguante más y quiera saldar ya todas mis cuentas, yo mismo me las ingeniaré para lanzarme de un solo pistoletazo al absoluto.


Y es lo que ahora pensaba hacer con mi padre.

10 de noviembre de 2008

Hasta nunca


Comienzo a morir.
Eso es algo que se va apreciando.
Y ahora me quiero preguntar
sobre el sentido de mi vivir.

Mi gran amor no lo nombraré.
Ella aún vivirá feliz
sin acordarse de este perdedor
que la abandonó porque sí…
Por el simple hecho de perder.

Nunca necesité a nadie
para sentirme en algo especial.
Sé que siempre lo fui.
¿Qué porque entonces, al final,
soy un pobre infeliz?
Pues porque si hay en mi algo fatal
es que siempre lo quise así.

Busqué la verdad en la desgracia,
y así hallé la música.
Siempre amé la soledad
y por eso me muero ahora.

¿Vendrán a por mí las Musas?
No lo sé, pero ansío el final.
Si Dios existe
sólo una cosa en toda mi vida
le pienso rogar:
Que destruya mi alma,
ya no aguanto más.
Tras una sola vida
¿los hay que repetirán?

Y es que me voy a morir,
tras una vida mala y desgraciada.
No puedo evitar sonreír.
¿Por qué?
Porque abandono esta tierra ingrata
y por una vez soy feliz.
Ya no más que aguantar…

Adiós al mundo de la incongruencia.
No veo túnel, ni familiares detrás.
Moriré sin paz ni prudencia.
Me lanzaré con furia,
miraré a la cara.
Y saldré de aquí con dos palabras:
Hasta nunca.


Inspirado en la canción "El hombre que casi conoció a Michi Panero", de Nacho Vegas. La recomiendo vivamente.

1 de noviembre de 2008

Interpretación

Pídeme una cerveza,
pero que sea de botellín.
Acércate suavemente,
como el día que te conocí.

Disimulemos lo siguiente:
No somos nosotros,
sino actores de renombre
que interpretan un papel.
Tú, la chica mala
que viste de piel.
Yo seré así un hombre
que, acabado, quiere renacer.

Reiremos y nos besaremos
hasta el amanecer,
quiero que olvidemos
las faltas de ayer.

Seamos amigos de nuevo,
aunque sea en un papel.
No querría saber vivir
sino es contigo.
¿Qué le puedo hacer?

Mantengamos este sueño,
sigue hablándome de usted.
Al menos será divertido,
y hace mucho que no te veo reir.

No sé cuánto durará,
supongo que esta noche
y pocas más.
Una vez en el coche
te volverás a enfadar.

27 de octubre de 2008

Sin consuelos

No ofrecemos paz,
no obtendrás consuelo.
Acércate a nosotros
y sabrás que no hay verdad.
Prepárate para el sufrimiento,
para conocer en otros
que la vida es necedad.

Busca en cualquier lugar,
experimenta si quieres
una falsa felicidad.
Busca y llora si lo prefieres.
Yo ya te digo en esta vida
no hay un más allá.

El fuerte te destroza,
el tiempo te consume.
Aquí no hay más que necedad.
Ningún ser inteligente
puede verse detrás.
No hay ninguna cosa
que te pueda ya consolar.

Si buscas la verdad,
desgarra tu vida.
Morirás sin un consuelo,
pero sin engaño vivirás.



Nota a mis lectores: Siento esta gran invasión de poesías y letras de canciones, pero es lo que más estoy escribiendo últimamente. Supongo que cuando ya termine de asentar mis horarios y tenga más tiempo libre no muerto -es decir, que sea libre sabiendo que lo tengo libre- podré escribir más. Además, tengo por ahí pendiente un corto de vídeo que, a lo mejor, es presentado a concurso. Espero que mientras, al menos, disfrutéis los poemas.

26 de octubre de 2008

Desprecio

Abrazándote sin ganas,
no sé qué quieres
esperar de mí.
Vanas ilusiones
donde el amor nos enreda.

Ví en tus ojos lágrimas,
y mi corazón se exaltó con fuerza,
como bellas tus tristezas,
como honda mi pasión.

Deja de engañarte,
no soy yo tu salvador,
nadie vendrá a recogerte.
Deja de buscar a Dios,
¿no ves que él no quiere escucharte?

No vuelvas a enamorarte,
¿a quién le darás
tu salvaje corazón?
Pídele a alguien
algo que jamás tu darías.

No te pierdas,
guárdate para tí.
¿Quién va a merecerte?
No le importas a aquel
que pasó una noche contigo.

15 de octubre de 2008

Canción triste

Tu último suspiro
en mis brazos
ya exhalastes.
Quedas ahí quieta,
sin color.
Ya se vuelve fría tu carne.

No consigo llorar,
será porque te quiero.
¿Podrás ahora desscansar
de tu incansable ajetreo?

Me retiro.
Quedas ahí rígida.
¡Y pensar que así jamás
te he visto
en toda tu vida!

Márchate...
No quiero tu vaga presencia.
Y pregúntale a Dios,
si existe,
porqué se esconde.
Atraviesa las estrellas
y huye del dolor,
pues si de algo sirve la muerte
es para el perdón.

Ya se acabaron las dudas,
la conciencia,
la terrena condenación.
Y, aunque no volveré a verte,
aquí queda la presencia
de tu genio y labor.

Muere tranquila.
Tu nombre no caerá
en el olvido.



14 de octubre de 2008

13 de Picas - Suspiro


No, no puedo parar,
para de pensar
que en unos minutos
todo acabará.
Todo es tan real
como el dolor,
que siempre me llena
al respirar...

Un leve suspiro,
intento de olvido,
fracaso continuo
pues sigues conmigo.
¡Oh! Amargo destino
juega conmigo.
Arrástrame herido a tu oscuro camino.

Ahora sé que he perdido.
No tengo motivos
para seguir
soñando contigo.
Y de un solo rugido
destrozo mi sino.
Recuerdo tu brillo,
que se ha oscurecido...

¡Oh! Es frágil un sueño.
En sólo un segundo
tu matas mi mundo..
.

28 de septiembre de 2008

13 de Picas

Nos hemos visto forzados a cambiar el nombre a nuestro grupo, ya que el anterior estaba cogido y, por motivos legales, no era oportuno mantener este mucho tiempo más. Supongo que es lo que menos podía esperarse de un grupo que predica la mala suerte.
Así, ahora nos llamamos "13 de Picas", con el número, que queda más bello debido a su tradición, y quisiera completar lo que ya dije acerca del significado de la pica, ampliándolo con este precioso número que ahora la acompaña:

Las picas de la baraja francesa han simbolizado desde siempre, en el Tarot, los aspectos más negativos de la vida: Las traiciones, el desamor, transtornos emocionales, la falta de salud y toda clase de problemas. Por otro lado, al proceder del palo de Espadas de la baraja española, también puede atribuírsele valores como la fuerza o la virilidad, pero estas cuestiones ahora no vienen al caso.
Yo soy una persona que se ufana de pensar cosas tales como: "es agradable caminar bajo la lluvia, siempre que se tenga algo suficientemente triste en que pensar", o que "la tristeza es siempre hermosa, a menudo horriblemente hermosa". Así que, enlazando mi propio pensamiento con los datos obtenidos acerca del significado de este enigmático palo de la baraja francesa, he conseguido llegar a una solución.

Mi filosofía no es una ayuda optimista para comprender al mundo, como una vez se dijo de Heidegger -filósofo alemán que no recomiendo leer, pero que yo tengo que estudiar- yo "no ofrezco medicinas ni consuelos", prefiero mostrar la belleza de un mundo cruel y gris que muy a menudo se ríe de nosotros. ¿Qué sería de este mundo sin los días nublados? Aquel que no vea la belleza en esos días cargados de nubes amenazantes dudosamente podrá hacerlo en cualquier otro lugar.

No me veo capacitado para explicar la belleza de lo triste, la gran vida que se respira detrás de los fracasos, de los infortunios, pues eso es algo que se siente o no se siente. Pero me gustaría poner algunos ejemplos clarificadores: ¿Cómo creéis que es la vida de una persona que jamás ha tenido que enfrentarse a la desgracia? Yo he conocido, y conozco, a muchos -de la desgracia no escapa nadie, pero para algunos una desgracia es que pierda su equipo y para otros que le traicionen las personas en las que confiaba, pero sé que me enténdeis, de otro modo no habríais llegado a esta página- y os aseguro que esos llevan una vida monótoma, aburrida, con una impresión de seguridad y de tenerlo todo controlado completamente falsa.

Por otro lado, imagináos a los planetas. Durante siglos se han considerado a estos lo más cercano a la perfección, la imagen clara de lo divino, lo trascendental. Ahí, en el firmamento, tan redonditos -al menos en apariencia- y con esas vueltas epicéntricas -que tampoco lo son exactamente- tan chulas. Pues bien, ese es el ideal que se quiere tener del ser humano. Un ente completamente "espiritual" (permitidme una pequeña carcajada por todos aquellos que realmente creen que lo espiritual ha de ser sinónimo de perfección), supramundano. ¿Acaso estamos locos? (Esta pregunta es retórica, yo ya tengo la respuesta). El ser humano -y, si queremos algo tan atroz como un modelo, podemos decir el "ideal humano"- para nada tiene que ver con eso. El ser humano no es quietud -el movimiento circular que se atribuía a los planetas se veía como lo más cercano a la quietud total- sino que es movimiento. El ser humano se descompone, madura, crea, muere, rie, llora... ¡Es tan completo en matices! Está bastante alejado, dejo caer la bombita, de ese ideal que ahora se está volviendo a crear en nuestras mentes que es la ciencia -es decir, toda la medida exacta, todo controlado, la negación de la creatividad para dejar paso al conocimiento de cualquiera que quiera estudiarse un libro, la negación del genio...-.

Y esa misma falacia que nos ha hecho creer que debemos ser "perfectos" (al modo que ya he explicado, pero que sabréis porque está en la propia cultura) es la que nos ha llevado a creer que el fin del ser humano es la felicidad... Vamos, que el pobre que haya nacido en un país subdesarrollado en el cual jamás va a ver un resquicio de eso que se llama felicidad, es un defecto de la naturaleza y atenta completamente contra la propia esencia de la Humanidad... Ahora entiendo porqué se les tiene tan puteados.

No, el fin del ser humano para nada se acerca a la felicidad. Es más ¿Qué coño es la felicidad? A lo que realmente todo ser ansía es al conocimiento. Unos al conocimiento de la verdadera belleza, otros al del significado de la vida -si, aún hay quien se lo busca-, pero de alguna manera todos ansían ese conocimiento.
Pues bien, ¿qué nos queda entonces de la felicidad? Una mentira, un engaño. No digo que haya que ser unos desgraciados, pero sí que en las desgracias se encuentra la belleza. El mundo es bello, eso nadie que aprecie un poco la naturaleza -y las ciudades, pero esto es para debatir más largamente- puede negármelo. Pero es este mundo bello el que guarda todo tipo de desgracias, este mundo es el que pobla el ser humano, la Humanidad en su conjunto, y este mundo es un mundo gris.
Y de ahí pasamos al número 13. Desde siempre vilipendiado como símbolo de la mala suerte. Pero, ¿acaso no es en la mala suerte, en la vida desgraciada, donde mejor se refugia el artista? ¿No es en el fracaso donde el genio sale a la luz y consigue sobreponerse por encima del bulgo? A lo largo de toda la historia los nombres que han permanecido no son los de aquellos que han conseguido mantener, pese a algunos altibajos, una existencia apacible. No. Son aquellos que han sufrido el desgarramiento más grande los que aún resuenan en los anales históricos. Es en la desgracia donde la inmortalidad parece estar más latente. Son aquellos, los desamparados, las personas sin esperanza, pero que siguen luchando, los que vivieron una vida más plena. Lejos de la futilidad de buscar los riesgos, pero con la seguridad de una cuerda preparada de antemano, los hombres que supieron construirse a sí mismos buscaron la verdad, dentro de sí primero, y supieron enaltecerse ante la insignificancia que es la vida, ante el sinsentido de la vida... Y la conquistaron.
¿No podría ser esto una llamada de atención a la verdadera naturaleza del hombre? Lejos de buscar la felicidad, como ya he dicho, ¿no sería más correcto buscar el conocimiento de la verdadera existencia, que nos haga hombres de una pieza?
¿No sería el verdadero placer de la vida aquel que nos lleva a saborear la desgracia como de algo tan connatural a nosotros como la propia naturaleza?
Tal vez, si aprendemos esto, cuando llegue la Amiga en nuestro último aliento, la desesperanza ante la idea del vacío puede antojársenos mucho más liviana. Al fin y al cabo, un vida vivida de esta forma, con el desgarramiento más cruel, es una vida vivida con justificación. Al menos, toda la justificación que a la vida le podemos dar.

14 de septiembre de 2008

Los Dandies no hemos desaparecido

Es agradable para una persona que suele ser "etiquetada" como Dandy, ya sea por su exuberante buen gusto, por su extravagancia o por su idolatría hacia la belleza -la belleza sobre todo estética, hija de Apolo-, encontrarse por la web confesiones como esta:

"Vivimos tiempos difíciles: el reino de la tristeza, de la uniformidad, de la lobreguez y de la fealdad. Estamos a comienzos de la primera mitad del siglo XXI; los entusiasmos y decepciones de los últimos decenios del siglo pasado son sustituidos por un periodo de ideales modestos pero eficientes, en el que dominan las sólidas virtudes burguesas y un capitalismo aparentemente triunfante. El Dandy, frente a la opresión del mercado y pensamiento único, la ampliación de las metrópolis transitadas por multitudes inmensas y anónimas, el surgimiento de nuevas clases entre cuyas necesidades urgentes no se encuentra sin duda la estética, ofendido por la forma de las nuevas máquinas que exhiben la pura funcionalidad de los nuevos materiales, siente amenazados sus propios ideales, considera enemigas las ideas pseudo-democráticas que se van abriendo paso gradualmente y decide ser "diferente".

Desde estas líneas propugno una auténtica religión estética y, bajo la vieja pero no caduca consigna del arte por el arte, demostraré la idea de que la belleza es un valor superior que hay que materializar a toda costa. Hay que vivir la vida como una obra de arte. No ser un artista ni un filósofo que reflexiona sobre la belleza y el arte.

Manifestar el amor a la belleza y a la excepcionalidad en los hábitos y en el vestir. Una elegancia que se identifica con la simplicidad (llevada hasta la extravagancia), unida al gusto por la frase desconcertante y el gesto provocador. Ejemplo sublime de hastío aristocrático y de desprecio por la opinión común, se cuenta que en cierta ocasión lord Brummel cabalgaba con su mayordomo por una colina y, viendo desde lo alto dos lagos, preguntó a su sirviente: "¿Cuál de los dos prefiero?"

18 de julio de 2008

Pesamientos de un insomne

– ¡No! ¡No mires el reloj, no quieras saber la hora! Seguro que es más tarde de lo que imaginas. Siempre es más tarde de lo que imaginas…–. Doy una vuelta más en la cama y meto la cabeza debajo de la almohada, mientras procuro concentrarme en mi respiración, sin pensar en nada. –Esto es imposible. ¿Qué hora será? No, te he dicho que no mires la hora. ¿Será por el calor? Tendré que poner un poco más fuerte el ventilador. Mejor no, eso significaría levantarme y ahora mismo mis músculos están demasiado pegados al colchón como para hacerlo. Es curioso. Estoy lo suficientemente cansado como para no levantarme pero no lo suficiente como para dormirme. ¡Maldito insomnio!

Bueno, debo dejar de pensar. Eso es el primer paso. El truco de contar ovejas siempre funciona. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7… –. Las ovejas van pasando, saltan elegantemente la valla y desaparecen de mi cuadro de visión para dejar lugar a otra exactamente igual, mismo pelaje, mismo salto, mismísima valla… Y otra, y otra–. Se me está escapando todo el redil–. Sonrío ante mi mal chiste–. ¿Pero adónde irán esas ovejitas? Hay lobos allá afuera acechando seguro. ¿Recuerdas aquel documental sobre los lobos solitarios que viste? ¡Quién pudiera! Muerto de hambre, sin más compañía que tu sombra, pero libre. Vas andando por el mundo entero, atravesando llanuras, bosques, preciosos ríos, contemplas amaneceres imposibles con nubes que surgen del horizonte como si quisieran escapar de otros insólitos lugares que tal vez descubras. Pasas noches de soledad y días de tormento. Pero la vida es tuya, lejos de la vida monótona de la manada, sin más dueño que tu voluntad.

¡Lo has hecho! ¡No mires el reloj! Puf… Ya llevo aquí tirado intentando dormir más de tres horas. ¿Debería levantarme y aprovechar estas horas en escribir? ¿Y qué escribo? Ahora mismo no estoy para novelas. ¿Un relato corto a lo mejor? Uhm. Podría escribir alguno en el que vuelva a aparecer mi pobre escritor maldito, pero esta vez lejos de su casa de París, y metido en algún suburbio, en algún motel de poca monta lleno de humedades. Lejos de su cabaretera, lejos de su vida. Podría acabar con su melancólica vida por fin este último relato. Muerto a lo mejor de frio mientras intenta acabar su obra.

Tío, duérmete. Debes concentrarte en tu respiración, ya lo sabes. Además, así bocarriba sabes que no vas a dormirte, así que a colocarte bien para coger el sueño. ¿Pero qué sueño? Creo que el problema es que únicamente estoy cansado, pero no tengo sueño. ¿Cuánto tiempo tiramos de nuestra vida durmiendo? Maldita naturaleza asquerosa. La verdad es que para haber surgido así, azarosamente, o tal vez por designio de algo que jamás conoceremos, poco importa, podríamos haber salido de algún otro modo. ¿Por qué estamos sujetos a tantas trivialidades? ¿Por qué somos tan débiles? Al menos tenemos nuestra voluntad, que nos da libertad y posibilidad de elegir, al menos, cómo queremos ser con las limitaciones que hemos nacido. Joder, ¿esto qué es? En serio, ¿por qué no te duermes?

Todas las noches lo mismo. Voy a cogerle fobia a la cama. Pierdo mi tiempo, me ahogo en existencialismo y me agobio al descubrir que se pasan horas insulsas y que me acercan a la muerte. Porque esa es otra…

¿De verdad los hay que se creen que luego habrá algo? ¿Cuándo el hombre confundió su deseo de inmortalidad con el hecho de que esto sea así? Si venimos de ningún lugar, allá iremos. Si no somos nada más que lo que nuestro lenguaje y sus estructuras nos hacen creer que somos, ¿por qué nada ni nadie va a tener que venir a salvarnos? Por otro lado, ¿quién merece ser salvado? Ni somos buenos, ni, por mucho que nos aferremos a algo que pensamos tiene valor, nos va a venir a rescatar nadie. ¡Bah! Pandilla de locos.

¿Si abro los ojos me espabilo más? Bueno, tú no los abras, porque tienes que dormirte, y eso se hace con los ojos cerrados. Claro que seguro que no hay base científica para decir que al abrir los ojos en la oscuridad –bueno, oscuridad relativa, porque por mi ventana abierta entra algo de luz–, me costaría más dormirme si acto seguido vuelvo a cerrarlos. ¿Pero a quién le importan las bases científicas? Yo prefiero no abrirlos, y puede venir un Nobel en biología que me dará lo mismo.

Venga, en serio, duérmete, que ya desvarías bastante. Y no, ¡no mires el reloj, no quieras saber la hora! Seguro que es más tarde de lo que imaginas. Siempre es más tarde de lo que imaginas…

14 de julio de 2008

¿Inspiración trabajosa?

Me dispongo a actualizar el blog y dar señales a todos mis lectores -si es que me queda alguno después de todo este tiempo- de lo que me dedico a hacer con mi pluma.
Estoy enfrascado en una novela que llevo intentando sacar durante todo el curso. Fue avanzando poco a poco, como lo hacen las cosas grandes, dejándose notar y creando cierto poso no sólo en mi forma de ir perfilando mi propio pensamiento, sino en todo mi estilo, que pugnaba por terminar de demarcarse y definirse a mi joven edad de 20 años. Dicha novela quedó estancada a mediados de mayo, y así ha continuado hasta hace una semana.
Al final he conseguido salir del atolladero gracias a no avanzar. Salí adelante al quedarme parado. Vino la inspiración después del trabajo, y esto sí que ha dado un gran vuelco en mi forma de afrontar mi esperanzado y casi vano futuro en la literatura. Siempre pensé que para escribir sólo se precisaba inspiración, y ardía de furia al encontrarme a muchos que se dedicaban a la literatura y se pasaban más tiempo esforzando los diálogos que fumando delante del ordenador mientras escribía hojas y hojas y se le enfriaba el café encima de la mesa de puro olvido. Fantástica imagen, muy necesaria a menudo, pero imposible si pretendes mantener el curso de una novela entera.
Evidentemente, es todo un crimen forzar los diálogos, machacarte la cabeza por describir un paisaje y hacer cualquier cosa que no te salga de mutuo propio en lo que a la hora de escribir se refiere, pero también es cierto que uno debe pararse a pensar en la organización de los capítulos, en la historia misma y no dejarse sorprender porque sus propios personajes se les han ido de las manos -cosa que pasa- y ya tu historia empieza a parecerse más a una repetición de pequeños relatos de un personaje unidos por capítulos. Debes conseguir crear toda una trama, mantener la curiosidad, avanzar en la historia con un ritmo acorde con las pequeñas historias que van surgiendo alrededor... Y esto, siento decirlo, no lo da la "simple" inspiración.
Por suerte para nosotros, el tener una pluma ágil es una satisfacción que no puede ser robada, pues por mucho que tengas esquematizada tu historia, cuando bajas "al mundo real" de tu historia debes darle consistencia a tus personajes, vitalidad a sus palabras, belleza a su entorno. Y el hacerlo mejor que el resto sigue siendo la marca más clara de los genios.

Un saludo a todos aquellos que aún sigan visitando el blog por ver si hay actualizaciones. No prometo nada, pero espero ir actualizando y detallando los avances en la novela.

23 de junio de 2008

El amor a la aventura

"En el fondo de esta cuestión anida, en definitiva, un último y profundo quid común a otras muchas que padece el hombre de nuestros días. El secreto está en que ya nadie se aventura a solas a nada, cada día da más miedo. Ni a conocer a una persona, ni a leer un libro, ni a hacer un viaje. Para todo se acude a las guías, a los informes, a los resúmenes. Nadie quiere arriesgarse porque ir a solas entraña siempre riesgo, de eso qué duda cabe; pero es, por otra parte, la única forma de inventar o de descubrir algo inédito. Ni de un libro se puede tener idea leyendo la solapa o mirando sus páginas al son de un tocadiscos, ni un paisaje nos lo puede explicar un cicerone, ni alguien de quien se han pedido informes nos dirá nunca nada. Tanto los lugares como las personas, como los libros, aun a riesgo de perderse por ellos, hay que atreverse a leerlos uno mismo. Simplemente dejándolos ser.
Y solamente aquellos ojos que se aventuraran a mirarnos partiendo de cero, sin leernos por el resumen de nuestro anecdotario personal, nos podrían inventar y recompensar a cada instante, nos librarían de la cadena de la representación habitual, nos otorgarían esa posibilidad de ser por la que suspiramos."


Carmen Martín Gaite
No sé quién es, pero... Chapeau!

13 de junio de 2008

Pequeño fragmento

Y efectivamente, tras esta asombrosa despedida, se levantó, me sonrió y se fue rápidamente. No sé qué le había ocurrido, pero estoy seguro de que él no se iría tan repentinamente por un compromiso con unos jóvenes ansiosos de salir de su agujero. Además, había quedado por la tarde y aún eran mediodía. Tampoco importaba demasiado, tan sólo había quedado con él para obligarme a salir de casa por la mañana y así pasear. Ahora tenía dos largas horas para hacerlo a mi gusto.

Pensé que seguirlo sería divertido, pero me quité rápidamente la idea de la cabeza. Si se daba cuenta le ofendería, y con razón, mi morbosidad. Pero… ¿Y si no se daba cuenta? Mi cabeza ya empezaba a forjar una extraña historia alrededor de esta repentina despedida. Es lo malo de ser escritor, cualquier hecho irrelevante puedes llegar a convertirlo en todo un hito a lo largo de la historia.

Decidí esperar unos segundos más antes de levantarme, y así darle tiempo de girar alguna esquina y quitarme completamente la idea de perseguirlo si lo veía al salir de la cafetería.

Pasado el tiempo que me pareció prudencial para, no ya sólo abandonar la plaza, sino también de elegir la calle a recorrer a continuación, me levanté, pagué mi consumición y la de él, y me fui.

Afuera el sol ya estaba en su cenit, e iluminaba de forma molesta todo el foro. Me puse mis inseparables gafas de sol y eché a andar.

Paseé por las callejuelas en dirección a una plaza de mayor tamaño, que poseía una preciosa fuente renacentista pegada a la fachada de un edificio que antaño había pertenecido a una rica familia de la ciudad. Ahora era propiedad del Estado. Me acerqué a la fuente para sentir las pequeñas gotas de agua refrescándome la cara, y luego continué en dirección al río que cruzaba la ciudad. No sé porqué, a lo mejor era el calor, pero sentía necesidad de estar cerca del agua.

Tuve que atravesar toda una avenida hasta llegar, y una vez que lo había hecho me deleité observando la escena.

No había ningún tipo de edificio a unos cien metros de él, por cuestiones del suelo, así que se habían podido crear unas anchas ramblas a ambas márgenes. Esto, junto a los árboles plantados en la ribera y los antiguos puentes, casi todos de mármol, que lo cruzaba, formaban uno de los espectáculos más hermosos que he visto en toda mi vida.

Por otro lado, los pequeños quioscos que hacían las veces de cafetería y que desperdigaban sillas y mesas por el paseo, así como las personas que andaban sin rumbo fijo por allí, ya fueran solas o acompañadas, le daba al conjunto una reedificadora sensación de vida. El único problema, como ya he mencionado, era el Sol. Creo que esta sensación de malestar hacia el astro rey cuando brilla con intensidad es lo único que Libertad jamás consiguió quitarme. Ella adoraba el Sol, pensaba que si había que fingir que existía un dios, teníamos que hacer como las antiguas civilizaciones y adorarlo a él. Yo siempre pensé que tenía razón, como tantas otras veces, ya que creo que el único dios capaz de crear un mundo así tenía que ser molesto por naturaleza. Eso jamás se lo comenté a ella.

No quería seguir pensando en ella, pero me era completamente inevitable una vez que había salido nuevamente a la luz. Desde que ella se fue se han ido sucediendo en mí meses de crisis seguidos por algunos otros de paz, e intuía que esto era el comienzo de una nueva. Ya casi me daba igual, la angustiosa soledad, la enorme sensación de vacío que me había dejado con su marcha era algo que ya formaba parte de mí. Me sentiría incompleto si me abandonara este hastío, esta dura desesperanza y la continua tristeza que me embargaba.

No entiendo porqué las personas buscan la felicidad. Desde la angustia uno contempla mejor el mundo, desde la conciencia de que es inútil todo lo que hagas la vida cobra un sentido mucho mayor que desde cualquier otro posicionamiento. Tal vez es el sentido de que nada lo tiene, pero al menos no te aferrarás a ideas que resultarán al final más amargas. Supongo que cuando al fin ya ves la muerte plantándote cara, en el desenlace final al que todos, inexorablemente, terminamos llegando, uno termina aceptando que eso es el final, que todo cuanto deja atrás queda, como no puede ser de otro modo, efectivamente atrás. Muy iluso hay que ser para creer que nosotros somos unos elegidos, y que mientras un perro al morir no va a ningún lado, nosotros sí. ¿En qué momento el ser humano hizo una analogía entre la capacidad de razocinio y la inmortalidad de su alma?

Todo optimismo no es más que un infantilismo. Por otro lado, las grandes hazañas se han forjado desde el sufrimiento. Una obra de arte sale de la furia, el dolor o la pasión –otra forma de dolor– del artista. Sale a la luz gracias al desgarramiento de los sentimientos de su creador, que se enfrenta a su obra he intenta sacar de ella lo que realmente sale de él, por lo que termina enfrentándose consigo mismo. ¿Y no es enfrentarse consigo mismo, mirarse a la cara y ver que ese eres tú y no vas a poder hacer nada por cambiarlo, algo tremendamente duro? Es mirarse al alma, y eso es una experiencia que transforma, y el cambio ya es dolor pues exige un esfuerzo…

Y ahí estaba yo, en medio de todo ese espectáculo, arruinándomelo con estos pensamientos. No quería seguir por ahí, no ahora. Así que me dirigí a uno de los puestos y me compré un helado. ¡Qué fácilmente se contenta un corazón herido con el chapoteo en el charco de los consuelos mundanos!

4 de mayo de 2008

- ¿Una Biblia? ¿Por qué una Biblia? -. La verdad, me había sorprendido que en una habitación como aquella, toda entera cubierta de estanterías repletas de libros, el único tomo que descansara sobre la única mesa fuera ese.

Mi interlocutor me miró desde su rincón, sentado elegantemente sobre un sillón con tapicería de cuero negro, sin contestarme. Se limitaba a mirarme como si de una extraña criatura me tratara. Era algo que hacía en muchas ocasiones. Yo mismo había presenciado en multitud de ocasiones cómo lo hacía con otros, mientras yo, en un tercer lugar, me limitaba a observarle a él.

- A veces pienso que es en lo único que puedo apoyarme -. Se limitó a contestarme.

- Es curioso. Yo siempre te había tenido por una persona sin ningún tipo de creencias -. Esto último era tan cierto como que me encontraba allí, en su propia casa. Lo conocía desde hacía varios años, pero esta era la primera vez que entraba en ella. Y ahora que estaba allí me daba cuenta de que jamás me la había intentado imaginar, pero, realmente, su hogar no podía ser otro que este.

Era un pequeño piso. Contaba simplemente con una sala principal, en la que nos encontrábamos, un dormitorio, la cocina y un cuarto de baño. Estaba todo decorado con gran gusto. Todas las paredes estaban cubiertas por planchas de madera noble, y el suelo era también de un oscuro parqué. Los conductos de aire acondicionado no eran visibles, pero una suave brisa que brotaba de las paredes, que apenas se veían gracias a las estanterías, lo delataba. El apartamento tenía un techo alto, al estilo francés, y, desde el suelo hasta él, las estanterías de casi dos metros lo cubrían todo.

En ella podían encontrarse toda clase de tomos y colecciones, ordenadas sin orden aparente. Desde que había entrado me había dedicado a mirarlas asombrado, pues jamás había visto una colección semejante en un particular. Mientras, él me miraba desde el sillón.

El resto de la habitación contaba con la única mesa, que también era de madera de roble, con seis patas dispuestas en forma de estrella, dándole al tablero circular la apariencia de un círculo desde el que brotaba hacia abajo la estrella de David. Sobre ella descansaba el ejemplar de las Sagradas Escrituras y una lámpara de porcelana negra. Al lado de la mesa había dispuestas cuatro sillas con aspecto muy cómodo. La sala la completaba un sillón bajo una de las dos ventanas, también grandes y con cortinas marrones muy gruesas, que llegaban hasta el suelo, una lámpara de pie, un equipo de música, con altavoces dispuestos por casi toda la habitación, y el sillón de cuero negro.

Se levantó sin dirigirme más la palabra y se dirigió hacia la cocina. Escuché algunos ruidos que provenían de ella y, al poco, apareció con dos copas y una botella de brandy. Entonces se dirigió hacia la mesa circular, sirvió generosamente ambas copas y se sentó, dejando a su vez una copa frente a la silla que yo tenía más cerca, invitándome así a imitarle.

Con un lento movimiento, como si le pesara el brazo, atrajo hacia sí el libro, y lo abrió por lo que creí una página aleatoria y lo estuvo ojeando. Mientras lo hacía, sin levantar en ningún momento la cabeza del libro, comenzó a hablarme.

- Tengo muchas creencias, y ninguna en realidad. Podría decirse que creo que muchas religiones son tan ciertas como falsas. Si me preguntaras si creo en Dios, te contestaría afirmativamente, pero supongo que lo que entonces pensarías estaría algo lejos de la realidad -. Todo esto me lo dijo con su voz tranquila, propia del que habla sabiendo que sus palabras son acogidas con gran atención. Luego levantó la vista del libro y me miró fijamente. Fue entonces cuando me di cuenta de lo poco que sabía de él.

Era esa la mirada de un hombre de muchos años, y muchas penas. Nunca había sabido su edad, pero siempre había creído que no podía tener más de treinta y cinco, aunque hablaba con la fuerza de una persona que ha vivido mucho más. Pero ahí le vi envejecido, como si durante ese instante toda su fortaleza se hubiera venido abajo. Fue entonces, movido por un deseo que no había conocido antes, cuando se lo pregunté, sin pensarlo siquiera.

- ¿Quién eres? -. Antes de darme cuenta la pregunta había sido formulada. En el segundo siguiente de hacerlo pensé que había sido una de las preguntas más tontas que había formulado nunca, y me avergonzaba haberlo hecho delante de una persona que consideraba un sabio. No mucho tiempo después agradecí, como sigo haciendo ahora, haberlo hecho.

- ¿Quién soy?, qué buena pregunta -. Me contestó, con una sonrisa indescriptible en los labios. Parecía que le había divertido la pregunta por el secreto que se adivinaba tras la respuesta. – A veces hasta yo mismo me lo pregunto, pero, por desgracia, sé muy bien quién soy.

La belleza de su rostro era algo que a nadie se le pasaba. Poseía unas facciones muy bien marcadas, con unos grandes pómulos, que le marcaban unos labios sedosos y muy bien perfilados. Sus ojos eran del color de la miel, aunque a la luz solían tornarse de un suave color verde. Su cabello negro, muy bien cuidado, le llegaba a la altura de los hombros, formando en su final unos simpáticos bucles. No era demasiado alto, un metro setenta aproximadamente, pero todo él estaba muy bien formado. Siempre he tenido que reconocer su encanto, pues realmente se trataba de una persona muy hermosa.

En lo que respecta a su interior, eso era todo un misterio. No sé muy bien qué hacía yo allí, ni tan siquiera el motivo por el que él me había invitado. La verdad, no recuerdo a nadie del círculo de conocidos que hubiera estado alguna vez en su casa.

En esos momentos, mientras lo veía sentado frente a mí, apoyando, con un gesto muy característico suyo, la cabeza en una de sus manos, mirando algún punto desconocido de la mesa, intentaba recordar la noche en que lo conocí. Me encontraba en un pub conocido como El Mensajero, donde seguramente me devanaba los sesos en alguna cuestión, con alguna copa de brandy o wisky, pues es lo que siempre bebo. Lo vi entrar, con ese paso suyo tan calmado, y a la vez tan imponente, y dirigirse hacia la barra. Una vez allí se dio la vuelta, apoyando los brazos sobre la misma barra, y se puso a observar a la clientela. Esto es algo que después le vi hacer un millar de veces. Yo me lo quedé mirando, pues me había llamado realmente la atención. No sólo porque se trataba de una persona que, como ya indiqué, destaca por su belleza, sino por la seguridad de sus movimientos y la frialdad con la que miraba alrededor suyo. Allí puesto me recordó a un dios juzgando a sus criaturas. Y fue en este pensamiento en el que estuve sumergido mientras lo miraba más detenidamente. Hasta que vi cómo giraba la cabeza y fijaba su vista en mi. Yo bajé la mía, intimidado absurdamente por esa persona que de nada conocía, pero comprobé por el rabillo del ojo cómo se acercaba. Se sentó frente a mi y me soltó:

- Tú quedas absuelto -. Levanté la vista sorprendido y me lo encontré sonriéndome con esos dientes perfectos y blanquísimos. Su rostro se me asemejó al de un niño que acabara de cometer alguna trastada. Y, como si fuera lo más normal del mundo, comenzó a hablar conmigo.

- Espero no molestarte, pero he visto cómo me mirabas, y al comprobar que eres la única persona que se encuentra sola de toda la sala, pues me ha parecido que tal vez quieras entablar alguna simple conversación con alguien a quien no conoces de nada -. Esa sonrisa suya, como si guardara alguna especie de secreto que tan sólo él conoce, afloró y, no sé muy bien porqué, decidí que me caía bien. Aun y así, no podía dejarme vencer en ese primer asalto.

- No puedes acusarme de estar mirándote, cuando tú eres el primero que, con mayor descaro, mirabas a todo el mundo del local.

- Acusarte… Normalmente no hago preguntas personales, pero me gustaría saber si eres abogado, pues no es la primera vez que haces referencia al campo judicial -. Tras este comentario consiguió dejarme sin aliento y que un escalofrío recorriera mi espalda. Realmente por aquel entonces era abogado, pero lo que más me asustó fue que el único comentario que había realizado nombrando algún término de los procesos judiciales en voz alta había sido ese, el otro… Lo había declarado en mi mente. Ahora apenas me sorprende, pues he llegado a la conclusión de que es capaz de entrar en el más profundo de mis pensamientos y sacarlo a la luz como si de un pensamiento suyo se tratara. Como si, al poder entrar en mi cabeza se encontrara también con el privilegio de poder determinar cuales pueden permanecer en la intimidad y cuales no. Aunque, para ser sincero, creo que él se encuentra en la posición de poder juzgar correctamente esas cosas y muchas otras, pese a que mil veces me indignara cuando hacía referencia a cosas que sabía a ciencia cierta que no había dicho en voz alta. Si era capaz de hacerlo con otras personas, es algo que desconozco hasta la fecha, lo que sí es cierto es que, en el caso de poder, no lo hacía o no daba muestras de hacerlo. Parecía que lo hacía conmigo porque le divertía contemplar mi cara de duda, al pensar si eso lo había dicho realmente o sólo lo había pensado...