21 de junio de 2009

Una pequeña certeza entre adversidades

Si damos por supuesto que mantenemos una necesidad de eseidad, que esta nos persigue y a la misma vez nos arrastra hacia una autocontemplación del sí mismo en la búsqueda de poder decir “este soy”, consiguiendo, por tanto, que el efecto reflejo del otro nos defina una campo que delimite nuestro yo, ¿cómo podemos averiguar lo que es bello? Es más, ¿es la Belleza una realidad preconsciente a la certeza tal y como se nos presenta en un estado anímico correcto o, más bien, es una necesidad apriorística?

A ver, bien es cierto que la existencia de un estado de inconsciencia fue algo más que demostrado, y que esta nos previene de ciertos traumas posibles ante, llamémoslo así, un síndrome de Sthendal. Pero no es menos cierto que ante el éxtasis de la belleza uno reacciona de formas muy distintas. Se conoce el caso de algunos que han recitado por completo la Crítica de la razón práctica kantiana tras verse derrotados ante la magnificencia de un cuadro. Nietzsche mismo comprobó ante Tristán e Isolda la realidad unívoca de un amor heterosexual, y reafirmó, así, el vitalismo que lo consumía. Además, la sociedad siempre ha buscado en el ello la sustancia.

De todos modos no termina de quedarme claro. Si el arjé es el primer principio –valga la tautología-, ¿cómo puede decirse a continuación que el Uno está más allá del Ser? No sé, me tiene confuso.

Creo que importa poco. A fin de cuentas, los principios que aceptamos de forma natural, aunque sean condicionamientos sociales, bien podrían entenderse como una serie de prejuicios no sometidos a crítica por miedo a la tradición. Ante esto Maquiavelo decía que es mejor postergarlos, pues todo cambio entraña un riesgo. Pero claro, si revisáramos a Heráclito descubriríamos que todo fluye y, por fluir, fluye hasta el hombre. No justifico por ello técnicas abortistas en lo que al pensamiento se refiere, pero sí digo que algún que otro “varapalo” podrían llevarse los teóricos físicos que niegan una teoría relativista del Universo.

No quisiera ahora entrar en Leibniz, creo que sería liar un poco el rizo ahora que empieza a estar esto algo más claro. De todos modos, creo que no estaría de más echarle un vistazo a colación de esto. ¿No sería un interesante e innovador enfoque?

En fin, es francamente apasionante toda esta investigación acerca de lo necesario, -y de lo que no lo es tanto, hay que admitirlo-.

18 de junio de 2009

Fragmentos de un sueño

Ella preparaba tortitas. Era ajena a toda la inmundicia que nos rodeaba, a aquellos que mueren en trincheras o en su propia choza, retorcidos por el hambre. Tal vez apenas escuchaba la estruendosa música que sonaba a nuestro alrededor. Los pájaros cantaban en la carretera vacía, ella preparaba tortitas.

La veía manejarse con cierta desenvoltura, peleándose ahora con la no fácil tarea de conseguir darle la vuelta al preparado, medio hecho por un lado, completamente crudo por el otro. Ella preparaba tortitas, y el sol iba poco a poco a ocultándose, ajeno también a todo, en su eterno ciclo. Los rayos apenas llegaban ya a dar sobre la ropa que lánguidamente colgaba del tendedero de la ventana.

La música cambiaba, de pista en pista, el clima iba tornándose cada vez más fresco, el timbre y el teléfono sonaban de cuando en cuando. Ella, preparaba tortitas.

Tal vez no era la hora adecuada, tal vez no era el lugar adecuado. Muchos pensarían que tanto lo uno como lo otro era, si es posible, lo menos acertado, lo más equívoco que uno podría hacer un martes cualquiera, en plena semana de exámenes. Ella, en su quehacer, no caía en la cuenta de estos detalles. Ella preparaba tortitas. Ella adoraba el error.

Haz siempre lo incorrecto, es una forma de acertar.

Ni el sucedáneo de licor en una copa demasiado bella para no contrastar de forma tremenda con la habitación, ni el polvo acumulado sobre el suelo y la mesa, ni la televisión apagada reclamando atención, ni los libros amontonados, esperándonos, podían ahora esperar de ella ni el consuelo de un vistazo. Centrada en su tarea, sartén hacia arriba, sartén hacia abajo. Ahora la mantequilla que, con un juego de muñeca, esparce mientras se derrite por toda la sartén, después el preparado, se deja hacer unos segundos, se le da la vuelta y luego al plato, justo encima del montón de hermanas. Luego, vuelta a empezar. ¿Cuántas llevaba? Ni ella lo sabía. Presa de una suerte de embrujo, de un frenesí enloquecedor, ella, simplemente, preparaba tortitas.

Allá, en lo que llaman mundo real, la gente seguramente continuará su triste existencia. Monotonía. Nosotros, encerrados en una especie de sueño disparatado, huíamos del cotidiano vaivén de la vida. Ni los días, ni las semanas, ni tan siquiera los meses podían afectarnos. Estos simplemente pasaban, y nosotros, si en algún momento los contábamos era para reírnos, a una vez, tanto de su rapidez como de su innocuidad. Si teníamos alguna forma de contar el tiempo esta era por estaciones. Pero en ese momento esto tampoco importaba. Ella, presa de su propia alegría de vivir, preparaba tortitas.