28 de enero de 2009

Apuntes de heroinómano


Dejé caer la jeringuilla, preguntándome acaso si realmente merecía la pena esta dosis. Puro vicio, tal vez, asqueroso y perfectamente abominable… Si nunca lo has probado.

Nunca pensé que llegaría a esto. Hace años, cuando era un joven triunfador, siempre que me cruzaba con algún vagamundos me horrorizaba de cómo un ser humano puede llegar a degradarse hasta ese punto, pero luego los años van pasando y colocando a los más estúpidos en lo más alto y a los bondadosos en el Infierno, por lo que uno termina optando por el Limbo.

Ahora me río de aquellos momentos en los que reservaba un cigarrillo para ese momento especial, como si ese momento existiera. Somos tan volubles que hasta las cosas que realmente nos importan dejarán de hacerlo al cabo, algunas veces, de tan sólo unos días, y dichos momentos especiales se desdibujan en simples actos pasados de rutina.

No critico a la sociedad, ella no tiene la culpa. Supongo que a un ser inconsciente no se le puede culpar más que de su miedo a ver lo que realmente tiene en derredor. Y aunque fuera así, tampoco podría achacar mi fracaso en la vida –curioso, digo fracaso como si existiera alguna forma de triunfar-, ya que me considero único responsable de mis actos. Cierto que puedo estar condicionado, cierto es que toda la información percibida está sesgada por aquello mismo que percibo y por mí mismo. Pero, aún y así, dentro de mis límites naturales y sociales, siempre he sido más o menos consciente de lo que acarreaban mis actos voluntarios. Cuando me metí el primer chute de heroína lo disfruté más que ningún otro, pues en ese momento de éxtasis dilucidé como jamás he hecho que ahí comenzaba mi total derrumbe.

Algunos dicen que al optar por las drogas, uno elige no elegir, y así cosas parecidas. Hay una película muy ilustradora, pero en ella tan sólo pueden verse reflejados idiotas con ideales confusos. Ningún verdadero yonki vería en esos jóvenes escoceses una representación de sí mismo.

No. Cuando yo opté por las drogas, lo que realmente hice fue elegir el camino difícil, el que muy probablemente lleva a la perdición del alma, el que apenas posee marcha atrás. Y esto es porque si hay algo que realmente fascine al ser humano es no tener salvación. ¡Es tan torturadamente delicioso!

Quise un mundo sin sueños, sin poetas que vienen del pasado para llevarte a los Cielos junto a tu amor. Incluso un mundo en el que la joven y libertina Justina era partida por un rayo con toda la ironía del escritor que la creó desee rechazarlo.

No creo que lo haya conseguido. Intentando huir de todo aquello me he convertido yo mismo en un personaje de ficción. Un perfecto ejemplo a seguir por todos aquellos que pondrían una mueca al verme por la calle, una tortura que desearía a todos esos gilipollas que, pañuelo palestino al cuello, hablan de nosotros y nos alaban sin tener ni idea de lo que dicen.

No quise arrojar de mí el mundo, quise hacerlo mío. ¿Fallé? Estoy convencido. Pero supongo que yo sí podré morir tranquilo pensando que en esta vida sin sentido, yo estuve a punto de encontrarle uno. ¿Cuál? Secreto de tumba.

22 de enero de 2009

Sobre por qué nunca tendré un hijo

Hoy me he situado en el hipotético caso de que tengo un hijo, para así intentar demostrar por reducción al absurdo que, efectivamente, es algo tan improbable como peligroso para ambas partes (el supuesto hijo y yo). Como era de esperar, el resultado ha sido el esperado.

Si acepto que tengo un hijo no debo esperar que el susodicho problema sea tan magnífico como su padre, realmente es altamente improbable, pues raras veces la Naturaleza se pega tamaño capricho, y desde luego no lo haría sin, al menos, saltarse una generación. Por ello, he de sospechar que el cáncer que sería para mi vida un mocoso, se vería acrecentado y ya agónico al llegar a la edad en la que fue el inicio de la madurez intelectual de su padre: los 6 años.

Me imagino perfectamente la situación. El niño delante de la maravillosa biblioteca de su padre, investigando arduamente sus fosas nasales, hasta que cierto tomo le llama poderosamente la atención. Al fin y al cabo compartiríamos genes y algo en común deberíamos de tener, por lo que seguramente sería alguno al que le tuviera especial cariño.

Bien, ahora llega el momento en el cual yo me doy cuenta de que ese castigo por haber querido ser libre posee uno de mis libros entre sus manos, reclinado a lo mejor encima de alguna mesa. Yo me sonrío esperanzado, para segundos después darme cuenta de que esa maravilla del pensamiento humano ha sido destrozado y convertido en inteligible gracias a unos espantosos dibujos producidos a lo largo de sus hojas. ¿Qué debería hacer yo?

Ante esta pregunta me respondo sin mucha dificultad, ya que, a pesar de todo, seguro que sería un buen padre.

Sentaría a ese malhadado en una silla, sonriéndome tal vez al ver sus piernas colgando por los bordes de la misma sin apenas soñar con tocar el suelo, recordando algún bello momento de mi infancia, y acto seguido me sentaría enfrente suya para explicarle lo siguiente:

“Hijo mío, en este mundo apenas encontrarás algo que sea realmente verdadero, ya que todo lo que el Universo contiene es igual de neutro. A lo más, hallarás certezas, pero desgraciadamente las cosas por sí mismas no contienen ningún tipo de Verdad, sino que será uno mismo quien deba otorgársela o negársela. Es más, a lo largo de tu vida encontrarás muchísimas cosas que, en cierto momento, las verás como auténticos bienes para ti, pero que son considerados males para otras personas. Igualmente, esas cosas que un día viste como buenas, se te tornarán malvadas. En base a esto, yo no sería capaz de explicarte porqué lo que has hecho es tan atroz, pero seres humanos extraordinarios, a lo largo de la Historia, han logrado ir configurando las sociedades, que, mejores o peores, se encargan de regular con mayor o menos acierto las cosas que podemos considerar como buenas o malas en base a un bien mayor para la humanidad completa. Si este bien mayor para la humanidad es objetivo, y si realmente es un bien, es algo que dudo (creo que hablamos de la felicidad), pero al menos funciona como brújula para indicarnos nuestros actos y así poder ir desarrollándonos.

¿Y qué no son las sociedades sino la unión de las personas para luchar contra la naturaleza adversa? Dichas sociedades han ido evolucionando y transformándose, intentando lograr que sea el débil quien, paradójicamente, termine dominando al fuerte. Lástima que generalmente ser débil y ser inculto se den en las mismas personas a la vez…

Pues bien, hijo mío, en esta sociedad que formamos tú y yo, me temo que el aquí manda y juzga los actos considerados buenos y malos, soy yo, y tú poco puedes hacer mientras me sigas chupando la sangre y alimentándote gracias a mi esfuerzo. Así que ahora vas a permitirme que te pegue una buena paliza, para que así pruebes empíricamente porqué no se deben ejecutar actos malos como destrozar un libro, y más si es de tu padre, y aprendas a ser una buena persona.”

Juzguen ustedes.

(He procurado expresar el texto de la forma más infantil de la que he sido capaz, procurando que sea perfectamente legible por un infante en el caso de que algún día yo cometa algún error.)