19 de febrero de 2011

Another fucking day

Todo es ponerse. Al menos eso dicen. Yo lo creo, o al menos lo creía. Hay personas que malgastan su vida en trabajos de ocho horas que odian con toda su alma (yo entre ellas). Soy un perdedor, de acuerdo, pero esto antes me gustaba. Me refiero a escribir. A veces pienso que he cambiado un sueldo relativamente mísero por mi capacidad de juntar letras muy bien juntadas. Ahora me rio, antes me gustaba, repito. ¿Ahora? No lo sé.

Veo pasar los días por mi vida –por mi trabajo de mierda– y me lamento porque voy a morir y no aprovecho lo que tengo, los días que tengo. Soy un desgraciado que no bebe, que no folla como un condenado, que no se droga… ¡joder, ni tan siquiera fumo! Mi única adicción es la desidia generacional. Esa terrible calma que nos inunda a los nacidos en aquella frenética ola de los años ochenta.

No me miren mal, soy igual que ustedes. La diferencia está en que yo lo digo en voz alta. Siempre ha sido así. Me gustaría complacerme en mi dolor y hacer algo especial de él. Pensar que soy mejor, distinto a los demás y esas cosas que suelen pensar los que lo pasan mal. Pero ni eso tengo de consuelo. La mierda que me inunda es la misma mierda que inunda a otros. No huele ni mejor ni peor. La única diferencia, lo vuelvo a decir, es que yo lo digo en voz alta.

Mañana, al igual que muchos, afrontaré otro jodido día sin un maldito café que llevarme al estómago. Pero antes que eso tendré que despertarme y engañarme con algún buen motivo para levantarme de mi cama, separarme de mis sábanas –que a veces pienso que son las únicas que me quieren– y ponerme rumbo a la cocina preguntándome qué coño me voy a poder tomar para hacer más cómodas esas primeras horas del día. O la tarde, mejor dicho. Mañana es sábado y no pienso madrugar.