Tras una semana de intenso ir y venir, teniendo toda mi vida relegada al olvido por lo que algunos gustan en llamar "vida laboral" -cuando más correctamente debería decirse "infravida laboral"- he vuelto con una historia que contaros y un firme propósito, que ya tenía pero que ahora he vuelto a afirmar. El propósito es el de no caer bajo el abrazo de la vida moderna, en la cual eres un trabajador más, que viene y va a la oficina, con una vida gris bajo el brazo y sin sueños que realizar. La historia es la que cuento a continuación:
Hubo una vez, en una ciudad que podríamos tomar como ficticia, en la cual una semana al año todo el mundo abandonaba su gris día a día y se embarcaba en un ilógico paseo hacia el delirio. En esa semana festejaban la lucha de un hombre por transformar su sociedad, por reformar una cultura que ya había quedado obsoleta y que iba en contra de muchos valores humanos positivos. Al menos en un principio esta era la idea de dicha semana de locura colectiva, con los años poco a poco se había ido convirtiendo, paradójicamente, en un espectáculo que reivindicaba usos y costumbres antiguos, que sacaba, en pos de preciosas esculturas, lo más vulgar del ser humano. Ese festejo conmemorativo de una revuelta social que había convulsionado el mundo había sido convertido en el festejo de unos hombres llanos, maleducados, y cuyo única expectativa año tras año era la llegada de dicha semana. Ya se habían olvidado del verdadero sentido, y se había afianzado en unos valores cívicos que para nada iban en favor de la cultura.
Entre esta vorágine de contradicciones había algunos jóvenes dispuestos a erradicar dichos espectáculos, o al menos volverlos a su buen cauce, pero siempre había sido vituperados por el resto de la ciudad. A algunos incluso, expresando su opinión en medio de la masa enloquecida, les habían llegado a escupir vilmente.
Pero aquí no termina la historia de esta paradójica ciudad, pues estos mismos jóvenes que luchaban contra la corriente se vieron forzados a trabajar, para así poder continuar con sus estudios y otras obras en beneficio de su defensa de la cultura, durante esta sabática semana. Ya que aún no tenían estudios superiores, los trabajos a los que se vieron obligados a ejercer eran tales como los de camareros en cafeterías, que se atestaban de la gentuza que, arrastrando su mala educación y déficit cultural, perseguían a las hermosas esculturas, como antaño lo habían hecho, con sumo cuidado y respeto, sus ancianos.
Así, estos mismos que criticaban esta loca semana, la servían; y aquellos que los insultaban y rechazaban, se veían dependientes de los primeros.
Nota: Cualquier parecido con la realidad es puramente casual. Si alguno se siente dolido o afectado, que se aguante y repase su educación.
Hubo una vez, en una ciudad que podríamos tomar como ficticia, en la cual una semana al año todo el mundo abandonaba su gris día a día y se embarcaba en un ilógico paseo hacia el delirio. En esa semana festejaban la lucha de un hombre por transformar su sociedad, por reformar una cultura que ya había quedado obsoleta y que iba en contra de muchos valores humanos positivos. Al menos en un principio esta era la idea de dicha semana de locura colectiva, con los años poco a poco se había ido convirtiendo, paradójicamente, en un espectáculo que reivindicaba usos y costumbres antiguos, que sacaba, en pos de preciosas esculturas, lo más vulgar del ser humano. Ese festejo conmemorativo de una revuelta social que había convulsionado el mundo había sido convertido en el festejo de unos hombres llanos, maleducados, y cuyo única expectativa año tras año era la llegada de dicha semana. Ya se habían olvidado del verdadero sentido, y se había afianzado en unos valores cívicos que para nada iban en favor de la cultura.
Entre esta vorágine de contradicciones había algunos jóvenes dispuestos a erradicar dichos espectáculos, o al menos volverlos a su buen cauce, pero siempre había sido vituperados por el resto de la ciudad. A algunos incluso, expresando su opinión en medio de la masa enloquecida, les habían llegado a escupir vilmente.
Pero aquí no termina la historia de esta paradójica ciudad, pues estos mismos jóvenes que luchaban contra la corriente se vieron forzados a trabajar, para así poder continuar con sus estudios y otras obras en beneficio de su defensa de la cultura, durante esta sabática semana. Ya que aún no tenían estudios superiores, los trabajos a los que se vieron obligados a ejercer eran tales como los de camareros en cafeterías, que se atestaban de la gentuza que, arrastrando su mala educación y déficit cultural, perseguían a las hermosas esculturas, como antaño lo habían hecho, con sumo cuidado y respeto, sus ancianos.
Así, estos mismos que criticaban esta loca semana, la servían; y aquellos que los insultaban y rechazaban, se veían dependientes de los primeros.
Nota: Cualquier parecido con la realidad es puramente casual. Si alguno se siente dolido o afectado, que se aguante y repase su educación.