31 de enero de 2010

6. Cassius Hueffer

Han grabado en mi lápida este epitafio:
"Su vida fue amable, y en él los elementos de tal manera se combinaron,
que la naturaleza podría alzarse y proclamar al mundo:
Éste fue un hombre".
Los que me conocieron se sonríen
leyendo esta hueca retórica.

Mi epitafio debió de ser:
"La vida no fue amable con él,
y en él los elementos se combinaron de tal manera
que le hizo guerra a la vida
y en ella fue asesinado".
Mientras viví no toleré las lenguas calumniosas,
ahora que estoy muerto, ¡aguanto un epitafio
escrito por un tonto!.

"Spoon River Anthology", de Edgar Lee Masters.

12 de enero de 2010

El síndrome del Coronel Tapioca

Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea. Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete. Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica. No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse.

Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.

Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá –de sirios y troyanos, oí decir el otro día–. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.

Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí –imagínense cómo se agobian éstas– y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver. Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro. Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.

Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet. Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas. Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.


Por Arturo Pérez-Reverte, en XL-Semanal

9 de enero de 2010

J´aime tout chez vous








Hay una primera vez para todo -bueno, o no para todo, pero todo lo que se hace por fuerza ha tenido que ser hecho por vez primera en una ocasión- y esta es la primera que cuelgo un vídeo de Youtube en el blog. Suele parecerme absurdo, de hecho creo que siempre lo es, puesto que si quieres que todos vean un vídeo de Youtube y que lo comenten simplemente tienes que pasarles el enlace y que comenten allí mismo. Pero me apetecía actualizar, no sabía con qué y esta canción me gusta, así que ahí la tenéis.

3 de enero de 2010

Un poquito de nostalgia

Para empezar bien el año, nada mejor que los recuerdos de un buen verano:
(Si, si... Y sin haberlo deseado...)

En laberíntico paseo por extrañas calles
que se van manifestando ante mí cada mañana.
Un susurro rompe el barullo,
me distrae y contemplo el absurdo
de un reloj demasiado alto en el que suena una guitarra.

Camino y me maravillo; vago sin vaguear
entre cafés, preludio de camerinos.
Contemplo, ¡por fin!, el vaivén de la noche
entre disfraces y helados que te hacen feliz.
Ni paranóico ni maniático, tal vez fui,
como dijiste, un maniaco encantador.

Trenzo entre tu pelo alegres historias
mientras el historiador nos habla de sus amores.
Y tengo razones para anotar en mis memorias
que pude ser sustituido por un bicho azul.

Vuelvo a oir viejas voces en la noche: ¡Dum!
Es un reloj que marca el tiempo, que ahora vuela.
¡Dum!, ¡Dum!, ¡Dum!
Pero el fresco sigue sin llegar a nuestra ventana.
¿Será cosa de la extraña daga que allí yace?
¿Será por la rosa de la copa ensangrentada?

Nunca el agua caliente fue tan peleada.

Ni la neurosis de un televisor que se precipita,
ni la precipitación por las escaleras,
me hará retroceder en mi empresa.
Cadáver arrojado a la caridad,
puntos de acceso buscados
y hallados sin calidad.

Ceniceros formados por sacapuntas de color
y demasiado tabaco en el ambiente.
Quizás hubiera sido mejor
no partir el coco aquella tarde.

Estudio, lectura y letras
que se van escribiendo al comienzo de todo.
¿Qué diremos de nosotros mismos
una vez que los meses hayan proseguido?
La cadencia de esta música es el lodo
que me arroja en la indecencia.

Una chica formal, otra que no lo es tanto.
Un santo, un pillastre y el mismo Satanás.
¿Cómo llamaremos a la que vendrá?
Jugaremos al ajedrez entre exámenes
y viajaremos para que uno pierda la fe.

Tal vez nos faltó demasiado el café.