25 de junio de 2010

Dale recuerdos




Una cita resonaba en mi cabeza cuando, viajando en autobús para alejarme de cinco años de penurias, vi desde la ventana a una pareja relativamente joven paseando por la calle. Ella iba altiva, haciéndose notar. Él arrastraba un no sé qué apesadumbrado fácilmente reconocible por personas que han pasado, como el autor (como yo) por el pasillo del desengaño. Un pasillo en el que recibes tantas palizas que no termina ni por consolarte el hecho de que la que te las pega sea una mujer maciza y desnuda. No podía dejar de mirarlos mientras pensaba todo esto, aprovechando un semáforo en rojo que retenía al autobús y el paso lento que él obligaba a llevar a los dos. Entonces, por una de estas curiosas casualidades, él miró en derredor, como despistado, y se fijó en mí. Sentí entonces un sentimiento de humanidad, de comunión universal a través del dolor, que pensaba jamás recuperaría.

Creo que es de destacar mi rápida incorporación a la sociedad. En el mismo autobús que me alejaba de la cárcel donde había pasado el último lustro conseguí sentir mi primer sentimiento de compasión. Bueno, está bien, tal vez no compasión, pero sí de reconocimiento en el otro. Mi loquero estaría orgulloso.

Él, mi loquero, fue el que me recomendó que me comprara un perro. Le pregunté por qué y me contestó que porque así me sentiría responsable de una vida. No sé a qué venía eso, pero él era el experto y he de reconocer que, aunque al principio me puso un poco nervioso –violento incluso a veces- con esa insistencia suya de hablar sobre mi infancia y el comportamiento de las chicas conmigo durante la adolescencia, terminé por aceptar que, no sé muy bien cómo, aquello funcionaba y esas pastillas que me daba me ayudaban a tomar el control de las situaciones. Seguí pensando que era un tío bastante raro, pero aprendí a no tomarme a guasa las cosas que me decía.

Una vez me recomendó un libro. Yo nunca había leído nada que no fueran revistas de deportes y me costó bastante terminarme aquel primer volumen, pero el cabrón acertó tan bien con la recomendación y yo estaba tan aburrido en mi celda, que consiguió aficionarme a la lectura. El autor que he citado al comienzo lo conocí allí, por supuesto, y me gustó tanto que me leí todas sus obras varias veces. Fue su poesía la que me ayudó con esos sentimientos de humanidad en la cárcel y aquí en el autobús, pese a que el loquero me predijo que no sé qué sobre el sentimiento de libertad que podría obnubilarme durante un tiempo y que era posible que esos buenos sentimientos para con el prójimo se esfumaran al principio. Me alegra que esta vez se equivocara.

Bajé del autobús. Había llegado al centro de la ciudad y, por no tener realmente ningún lugar al que dirigirme, me pareció el más acertado. Dicen que el mundo cambia muy deprisa, pero no creo que en cinco años les haya dado tiempo a todos los moteles de la zona antigua de la ciudad a cambiar de ubicación.

Entré en el primero que encontré y me gasté en una habitación simple prácticamente todo el dinero que tenía en el bolsillo. Esta mierda de crisis económica que no entiendo no debería ser aplicable para aquellos que hemos estado fuera del mundo mientras los demás se lo cargaban. Intenté explicárselo al portero pero cuando me preguntó dónde había estado le respondí con una evasiva y, antes de que reaccionara, le pregunté yo a él dónde se localizaba mi habitación. Me dio las indicaciones y subí rápidamente las escaleras para dejar el macuto con la poca ropa que tenía en la habitación. Luego cogí mi documentación y regresé a la calle. Tenía que ir al banco antes de que lo cerraran y poner en orden mis cuentas. Por muy apartado del mundo que haya estado no se me ha olvidado que en esta mierda de planeta no se es nada sin dinero.

Resolví rápidamente el papeleo y compré algo de comida fría antes de volver al motel. Una vez allí me dormí una siesta como hacía años que no hacía. Pensé que me iba a sentir extraño fuera de mi celda, pero como dice el dicho uno se acostumbra rápidamente a lo bueno. No quería saber nada de nada. Nada de mi pasado, nada de mi futuro y, por supuesto, nada del presente. Solo quería dormir y pensar que estos últimos cinco años no habían sido más que una pesadilla, producto de una mala cama en un mal motel del centro de la ciudad.

2 comentarios:

chloe dijo...

hmmm, me gusta.
yo soy loquera. es decir, sere loquera cuando acabe esta carrera.
y, como al protagonista de esta entrada, con el fin se ser mas responsable de mi vida, me han aconsejado comprarme una planta.

tengo curiosidad por saber que hizo el tipo que lo metio en la carcel.

entonces te gusta laura mariling? a mi david bowie tambien, asique ya lo incluire en otra entradita o algo.. :)

Desde la luna dijo...

Muy bueno el encuentro de miradas humanas... me gusta. La empatía es de las cualidades mejores que se pueden tener. Un saludo.