7 de agosto de 2010

Un buen futuro



Me levanté conmocionado. Había recibido un fuerte golpe en la cabeza y, al despertar, todo estaba cargado de polvo. Trastabillé como pude por la casa medio en ruinas. No pude comprender lo que había ocurrido hasta que miré por la ventana.

Comprobé que, no solo la ciudad, sino todos los campos que la circundaban estaban ardiendo o carbonizados. No quedaba nada.

No me pregunté si sería el único superviviente hasta mucho después. Tardé demasiado en asimilar la idea de que lo que mis ojos estaban viendo era aquello con lo que muchos habían tenido pesadillas. No se trataba de alguna guerra, tampoco un accidente nuclear. No.

Lo que mis ojos estaban viendo, reflejados en bravas aguas que se acercaban, en tornados que parecían marcharse y en nubes que ahora tronaban sobre mí, era que la Naturaleza se había cansado de nosotros.

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