2 de septiembre de 2009

Abandono

No somos los hombres seres perfectos, lo sabemos.
Son los restos de nuestros fracasos nuestra memoria
y las pequeñas dudas el inicio del fin de la historia.
Paseamos, caminamos intranquilos por nuestras desdichas
recordando tal vez aquel error, sabiendo que no hay salida.
Nos clavamos las astillas del duro recuerdo
y nos sentimos incapaces de exorcizarnos de nosotros mismos;
Un nosotros funesto que ya no somos, pero que fuimos.

Era ella la mujer del rostro engañoso.
Tal vez nunca aprendí a comprender su mirada
y caí rendido por su aspecto glorioso.
No era ángel, ni era demonio. No era hada, tampoco duende.
¿Era una ninfa o era simplemente humana?
Tal vez su forma de ser solo existió en su mente.
Quizás no exista aún especie donde poderla clasificar,
una etiqueta donde ver su nombre junto a los demás.

O posible y simplemente me dejé engañar.

Sus ojos duros me miraban y me crucificaban,
el gesto de sus labios me daba paz.
En nuestra relación nunca pude ahondar en su personalidad,
pero ella siempre me aseguraba que la hacía feliz.
No lo comprendía, ¿cómo lo hacía? Un misterio.
Tal vez por eso tampoco entreví el fin,
tal vez por eso jamás me lo tomé en serio.
¿Me mandaba con su mirada mensajes de aviso,
mensajes que, en mi ceguez, no conseguí ver?

Tras la despedida -una simple nota le bastó-
me encontré solo en una casa demasiado grande,
en una cama demasiado sola, en el recuerdo de su olor.
Y me pasaba las horas oculto en un rincón,
no sé si de la casa o de mi alma, atesorando telas de araña.
Marañas de disculpas tardías venían a mi cabeza
mientras que el sentimiento de culpa me invadía.
Y no sé si lo que más me aterra es no conocer la causa
o que, de horrible, no quiera reconocerla.

La quería ¡la quiero! Y soy incapaz de olvidar su pelo,
de olvidar su risa y aparente cara de niña.
Incapaz de desestimar su interacción con los objetos
cada vez que yo mismo realizo algún movimiento.
Pero es la condena, ya mil veces descrita,
de aquellos que le debemos al abandono el sufrimiento:
Nunca olvidaremos los ecos que ya no resuenan,
las imágenes de tiempos pasados, los años tiernos,
querrán imponerse por la fuerza.

Tal vez huir sea una opción sensata,
la esperanza del que huye de su propio remordimiento.
¿Pero no es la cobardía propia del guerrero?
Escapar de los recuerdos, de las miradas en el espejo.
Intentar olvidar -aunque de dificil, es imposible- su reflejo.
¿No huiste de mi lado? ¿No me abandonaste al polvo?
¿Por qué, entonces, habita junto a mí tu espectro?
Me hundo, me hundo en la desesperación del loco.
¡Vuelve a mi lado! ¡Te quise y te odié tanto!

Pero no. No vuelves, y yo me consumo en el lodo
fabricado por el manto de mis lágrimas y mi arcilloso cuerpo.
Y mi triste figura se consume en su rincón mohoso,
sus heridas no supuran y se gangrenan. Me quedo muerto.
La casa de nuestros sueños envejece, y se cae la pintura.
Todo es gris, dentro y fuera; todo es para mí desierto.
No vuelves, no. Y no volverás jamás.
Y poco a poco se apagan en mí las luces de mi cordura
y son sustituidas por las velas de mi entierro.

1 comentario:

Dafne dijo...

Hacía tiempo que algo escrito por ti no me hacia pensar de verdad... más que pensar me ha hecho sentir...aunque no se si debería agradecertelo o no.
Un beso