Y efectivamente, tras esta asombrosa despedida, se levantó, me sonrió y se fue rápidamente. No sé qué le había ocurrido, pero estoy seguro de que él no se iría tan repentinamente por un compromiso con unos jóvenes ansiosos de salir de su agujero. Además, había quedado por la tarde y aún eran mediodía. Tampoco importaba demasiado, tan sólo había quedado con él para obligarme a salir de casa por la mañana y así pasear. Ahora tenía dos largas horas para hacerlo a mi gusto.
Pensé que seguirlo sería divertido, pero me quité rápidamente la idea de la cabeza. Si se daba cuenta le ofendería, y con razón, mi morbosidad. Pero… ¿Y si no se daba cuenta? Mi cabeza ya empezaba a forjar una extraña historia alrededor de esta repentina despedida. Es lo malo de ser escritor, cualquier hecho irrelevante puedes llegar a convertirlo en todo un hito a lo largo de la historia.
Decidí esperar unos segundos más antes de levantarme, y así darle tiempo de girar alguna esquina y quitarme completamente la idea de perseguirlo si lo veía al salir de la cafetería.
Pasado el tiempo que me pareció prudencial para, no ya sólo abandonar la plaza, sino también de elegir la calle a recorrer a continuación, me levanté, pagué mi consumición y la de él, y me fui.
Afuera el sol ya estaba en su cenit, e iluminaba de forma molesta todo el foro. Me puse mis inseparables gafas de sol y eché a andar.
Paseé por las callejuelas en dirección a una plaza de mayor tamaño, que poseía una preciosa fuente renacentista pegada a la fachada de un edificio que antaño había pertenecido a una rica familia de la ciudad. Ahora era propiedad del Estado. Me acerqué a la fuente para sentir las pequeñas gotas de agua refrescándome la cara, y luego continué en dirección al río que cruzaba la ciudad. No sé porqué, a lo mejor era el calor, pero sentía necesidad de estar cerca del agua.
Tuve que atravesar toda una avenida hasta llegar, y una vez que lo había hecho me deleité observando la escena.
No había ningún tipo de edificio a unos cien metros de él, por cuestiones del suelo, así que se habían podido crear unas anchas ramblas a ambas márgenes. Esto, junto a los árboles plantados en la ribera y los antiguos puentes, casi todos de mármol, que lo cruzaba, formaban uno de los espectáculos más hermosos que he visto en toda mi vida.
Por otro lado, los pequeños quioscos que hacían las veces de cafetería y que desperdigaban sillas y mesas por el paseo, así como las personas que andaban sin rumbo fijo por allí, ya fueran solas o acompañadas, le daba al conjunto una reedificadora sensación de vida. El único problema, como ya he mencionado, era el Sol. Creo que esta sensación de malestar hacia el astro rey cuando brilla con intensidad es lo único que Libertad jamás consiguió quitarme. Ella adoraba el Sol, pensaba que si había que fingir que existía un dios, teníamos que hacer como las antiguas civilizaciones y adorarlo a él. Yo siempre pensé que tenía razón, como tantas otras veces, ya que creo que el único dios capaz de crear un mundo así tenía que ser molesto por naturaleza. Eso jamás se lo comenté a ella.
No quería seguir pensando en ella, pero me era completamente inevitable una vez que había salido nuevamente a la luz. Desde que ella se fue se han ido sucediendo en mí meses de crisis seguidos por algunos otros de paz, e intuía que esto era el comienzo de una nueva. Ya casi me daba igual, la angustiosa soledad, la enorme sensación de vacío que me había dejado con su marcha era algo que ya formaba parte de mí. Me sentiría incompleto si me abandonara este hastío, esta dura desesperanza y la continua tristeza que me embargaba.
No entiendo porqué las personas buscan la felicidad. Desde la angustia uno contempla mejor el mundo, desde la conciencia de que es inútil todo lo que hagas la vida cobra un sentido mucho mayor que desde cualquier otro posicionamiento. Tal vez es el sentido de que nada lo tiene, pero al menos no te aferrarás a ideas que resultarán al final más amargas. Supongo que cuando al fin ya ves la muerte plantándote cara, en el desenlace final al que todos, inexorablemente, terminamos llegando, uno termina aceptando que eso es el final, que todo cuanto deja atrás queda, como no puede ser de otro modo, efectivamente atrás. Muy iluso hay que ser para creer que nosotros somos unos elegidos, y que mientras un perro al morir no va a ningún lado, nosotros sí. ¿En qué momento el ser humano hizo una analogía entre la capacidad de razocinio y la inmortalidad de su alma?
Todo optimismo no es más que un infantilismo. Por otro lado, las grandes hazañas se han forjado desde el sufrimiento. Una obra de arte sale de la furia, el dolor o la pasión –otra forma de dolor– del artista. Sale a la luz gracias al desgarramiento de los sentimientos de su creador, que se enfrenta a su obra he intenta sacar de ella lo que realmente sale de él, por lo que termina enfrentándose consigo mismo. ¿Y no es enfrentarse consigo mismo, mirarse a la cara y ver que ese eres tú y no vas a poder hacer nada por cambiarlo, algo tremendamente duro? Es mirarse al alma, y eso es una experiencia que transforma, y el cambio ya es dolor pues exige un esfuerzo…
Y ahí estaba yo, en medio de todo ese espectáculo, arruinándomelo con estos pensamientos. No quería seguir por ahí, no ahora. Así que me dirigí a uno de los puestos y me compré un helado. ¡Qué fácilmente se contenta un corazón herido con el chapoteo en el charco de los consuelos mundanos!